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Es curioso cómo se desarrollan los acontecimientos en una vida, uno detrás de otro o<br />
agrupados vagamente, en lugar de venir todos en tropel y luego no ocurrir nada durante<br />
el resto de tu vida.<br />
No volví a ver a Paula hasta un par meses después.<br />
Por el hospital, yo caminaba examinando cada rincón, buscando de manera enfermiza<br />
debajo de las mesas, por el lavabo, en el tubo de cremación. Me parecía ver su cara en<br />
todas partes. A veces me parecía ver su cara en gente que huía gritado, “No me toques”.<br />
La mitad de los enfermos de aquel lugar estaban sedados y no muy predispuestos a<br />
ayudarme en aquella difícil empresa.<br />
Había enterrado cadáveres con aspecto más sano que aquellos hombres. Casi todos eran<br />
viejos muy enfermos que tosían cosas de colores con las que, manipuladas diestramente,<br />
se podía completar un puzzle. Pacientes que caminaban perdiendo la piel, los dientes y<br />
partes del cuerpo que estimaban no necesarias por los pasillos. Todos ellos parecían más<br />
saludables que Nines.<br />
Cuando convives con la muerte y te acostumbras a ella, le pierdes el miedo y nunca<br />
piensas que sea una cosa que te pueda pasar a ti. Igual que si convives, por ejemplo, con<br />
un perro, nunca piensas que te vayas a convertir tú en uno.<br />
Pasaron un par de meses hasta que volví a ver a Paula. Mientras yo caminaba hacia mi<br />
apartamento, vi que ella estaba montando en un autobús urbano, cerca del hospital en el<br />
que trabajaba. No tuve tiempo para pensar. Le grité, “Te quiero”, y ella gritó,<br />
“¡Gilipollas!”.<br />
Ese momento fue emotivo pero a la vez doloroso, igual que si alguien te abraza con una<br />
coraza de pinchos. Notaba el cariño en su saludo pero he de reconocer que, de nuevo, no<br />
supe cómo interpretar su contenido.<br />
La puerta del autobús se cerró y vi alejarse a aquella enigmática Paula. El humo negro,<br />
que salía del tubo de escape del autobús, me hundió aún mucho más en el mundo de las<br />
sombras.<br />
En esos momentos me sentía destrozado. En parte, era la vergüenza por haber actuado<br />
sin pensar. ¿A qué había venido aquel “te quiero”? Había sido ridículo. Igual que<br />
cuando un camarero te trae la cuenta y aún así le dices “gracias”. Por otra parte, mi<br />
corazón estaba roto. ¿Era ese “gilipollas” algún mensaje de amor?, ¿tenía una delicada y<br />
amorosa interpretación que aún no era capaz de comprender?, ¿era su preciosa manera<br />
de prometerme amor eterno? Pensé en ello, inmóvil en la parada de autobús durante dos<br />
minutos. No tenía mucho sentido. ¿Por qué seguir engañándome?<br />
Dicen que el amor no correspondido dura toda la vida. No creo que sea cierto del todo.<br />
Hay enfermedades mentales y cirugías muy dañinas que te pueden hacer dejar de amar a<br />
alguien. Sobretodo si la negligente cirugía te la practica tu pareja. Aunque si mueres<br />
durante la operación, el amor sí habrá durado toda la vida, claro. En cualquier caso, la<br />
frase tiene parte de razón. Paula estaría en mi corazón el resto de mi vida, como un<br />
dolor que se intensifica cuando te acuestas, cuando sueñas, cuando te despiertas, cuando<br />
bebes o cuando escuchas canciones de amor.<br />
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