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“La Obra Maestra”

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Cuando llegamos al hospital pregunté en recepción y subí corriendo a la habitación<br />

donde se encontraba mi hermana. Estefanía me seguía detrás. Entramos en la<br />

habitación.<br />

“Dios, hemos llegado tarde”, le dije a Estefanía, “Por el olor debe llevar muerta<br />

semanas.<br />

Mi corazón se encogió ante esa noticia. Me di media vuelta y metí mi cabeza entre el<br />

cuello y el pecho de Estefanía, usándola como máscara de gas, intentando captar su<br />

perfume y desodorante para amortiguar aquel espanto olfativo.<br />

“No hagas el tonto”, dijo Estefanía, “No es para tanto”.<br />

Pero mentía. Era insoportable. Notaba la necrosis entrar por mis pulmones y distribuirse<br />

a través de mi sangre. Una necrosis que olía familiar. Olía a familia.<br />

Sin embargo, al acercarme a la cama, el destino me tenía preparado un vuelco al<br />

corazón aún mayor. Las sábanas parecían moverse. Creí que eran los gases post<br />

mortem. Me acerqué, retiré las sábanas y la siniestra Nines estaba allí, con sus<br />

diminutos ojos mirando malignos y disparando todo tipo de hechizos de brujería y mal<br />

de ojos hacia mi persona.<br />

Nines había matado a mi hermana y remplazado su inocente cuerpo por el suyo. Y lo<br />

peor es que la diminuta vieja seguía viva. Moviendo su agrietada boca y orando algún<br />

tipo de rezo satánico.<br />

La sensación fue tan horrible que salí de la habitación corriendo y Estefanía vino a<br />

consolarme, con cuidado de no mancharse con mi vómito.<br />

Allí en el pasillo del hospital, recuerdo quedarme sin aire, perder el contacto con la<br />

realidad. No lo podía entender. Hacía tiempo que Nines había desparecido de mi vida.<br />

La mitad de las noches ya no me despertaban aterradoras pesadillas con ella como<br />

protagonista. Y la otra mitad había decidido aceptarlo. Había decidido que no me<br />

importaba, que iba a ser feliz igualmente, incluso aquellas noches en que amanecía entre<br />

lloros y gritando en agónicos despertares.<br />

“¿Es esa tu hermana?, preguntó Estefanía.<br />

“¡No!”, grité.<br />

Aunque claro, no lo había pensado así. Podía tener sentido. Recuerdo golpear a Nines<br />

años atrás, cuando era un crío, y veo imágenes de mi tío diciendo, “No pegues a tu<br />

hermana”. Siempre pensé que lo de “hermana” lo decía como colegueo, como los<br />

negratas.<br />

¿Era ese ser inmundo familia mía? Aún no era tan fuerte espiritualmente como para<br />

aceptar eso. Había un cubo de la fregona junto a la pared del pasillo, pero no pude<br />

terminar con mi tormento, porque no tenía sed.<br />

La realidad es que Nines iba a morir. Parece que por fin la carrera de química le había<br />

dado resultados a la Muerte. Hacía años que había cambiado la guadaña por probetas y<br />

pizarras llenas de fórmulas. Con una bata blanca para no manchar sus infernales<br />

atuendos, y las típicas gafas de pasta que sólo una mente enferma puede usar, la muerte<br />

invertía los días diseñando enfermedades, hasta ahora sin éxito.<br />

Iba a morir mi única familia. Debía volver y despedirme de aquel inmundo ser. Había<br />

uniones metafísicas con ella. Uniones de sangre. No quería, pero tenía que hacerlo.<br />

Estefanía siempre me ayudaba a tomar esas decisiones contra mi voluntad. Las mujeres<br />

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