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“La Obra Maestra”

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Fin<br />

A veces el destino se escribe con pluma de plata, como si tú mismo, con tu propia<br />

imaginación, lo crearas a tu antojo, ignorando leyes naturales y físicas que para<br />

cualquier ingeniero serían irrompibles. Como cuando cambia tu suerte repentinamente<br />

para que algún observador que mira atento a tu vida, no piense que eres un fracasado,<br />

mi suerte cambió.<br />

Meses después de aquel encuentro con Paula, ocurrió algo más.<br />

Sonó la puerta y, al abrirla, me encontré una vez más a Paula, preciosa y con un traje<br />

muy sexy, que enseñaba la parte superior de sus pechos, hasta el círculo polar pechil,<br />

esa línea imaginaria que delimita los pezones, como una aureola invisible que marca,<br />

según el juez, la parte que no puedes tocar.<br />

Me quedé en blanco y antes de saber que decir, ella dijo:<br />

“Te quiero”<br />

Se abalanzó sobre mí y nos abrazamos, y ella me besó, metiéndome la lengua tan<br />

profundamente que pudo saborear mis anginas, y luego pasamos el resto de nuestra vida<br />

juntos, hasta que morimos de viejos, dentro de veinte años.<br />

Supongo que todo esto es difícil de comprender. Casi como una falacia que entra ingrata<br />

por los oídos de un incrédulo lector, despertando todo tipo de suspicacias y sorna. No<br />

me extraña, ¿a quién pretendo engaña? Todo este último capítulo es mentira. Paula no<br />

volvió a aparecer. Perra vida… pero, ¿a quién le gusta ser un perdedor?<br />

De hecho, me consta que Paula vendió los terrenos de su familia del pueblo y se fue a<br />

vivir a otro país, a tomar por culo de aquí. También me han dicho que cambió su<br />

nombre y apellidos, y que pidió una orden alejamiento. El juez se la concedió. Fue<br />

cruel, pero justo.<br />

¿Cómo reconocer un presente peor que la muerte? ¿Cómo poner en palabras que vivo<br />

con el animal bastardo de Carmela, que cada día de vida es peor que una eternidad en el<br />

infierno, y que este libro sólo es un último adiós antes de un merecido suicidio? No hace<br />

falta hacer ningún inciso en mi piel. Sólo pensando en esa vaca repugnante y hostil, la<br />

sangre brota a través de mis poros intentando escapar.<br />

No sienta pena por mí el lector. A todos los cerdos les llega su San Martín.<br />

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