“La Obra Maestra”

Carmela… he de reconocer que la erección fue suprema y, aunque pensé que poner esto
por escrito iba a ser complicado, tengo que admitir que aún hoy tengo una erección al
recordarlo.
Por un momento me sentí en contacto con la naturaleza. Mi corazón rugía con fuerza.
Estaba de vuelta en el pueblo, en mi mundo, y me sentía bien. El resto del mundo había
desaparecido. Estábamos yo y esa seductora oveja. El coito estaba siendo tan perfecto,
que me pareció que algunas de las ovejas más galanas miraban con envidia. Bombeé
con fuerza, olvidando del todo la razón por la que estaba allí y, justo en el momento del
orgasmo, como en un momento mágico casi orquestado por una sinfonía sin escrúpulos,
allí apareció Paula. Mundo casual éste.
El momento fue mágico. Se unieron el placer del sexo y el amor que parecía apagado,
brotando de nuevo, como un fuego mal apagado que brota de nuevo y termina por
arrasar el establo de tu vecino, llegando meses después una carta de la fiscalía a tu
buzón.
Paula seguía casi tan guapa como lo había estado siempre. Algo más madura, pero sin
perder un ápice de su belleza. Me miraba con ojos de sorpresa, atónita, incrédula. Su
belleza se veía momentáneamente truncada por arrugas incipientes en una mueca de
repulsión. Algunos músculos en su cara se retorcían violentos. Sus ojos, aunque claros y
preciosos, mostraban un claro desprecio sobre mi persona, y sus alaridos agudos y
cargados de emociones, no hacían sino incrementar mi sensación de orgía animal en la
que nos encontrábamos.
Supongo que Paula era un caso perdido. La experiencia pudo ser traumática, pero lejos
de sentirme repudiado, como un animal de granja cuando le llevan al matadero, muy al
contrario, la experiencia fue inolvidable y maravillosa, y creo que me voy a hacer una
perita en dulce en cuanto termine estas líneas.
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