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“La Obra Maestra”

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Estefanía era una chica. Era alta, de nariz redonda y pequeña, rubia y de raza humana.<br />

Era un poco pálida, como una bola de yeso y delgada como un palo de carne. Tenía los<br />

mofletes rosados, incluso sin abofetearla. Una capa de piel cubría su cuerpo, lo que<br />

ocultaba las horribles vísceras. Una peladura cárnica que embellecía a la vez que<br />

protegía. Cara estrecha y ovalada. Tenía un cuerpo bastante sexy y por la condición de<br />

ser chica, era suave. Cuando me acariciaba lo hacía con la delicadeza de un algodón de<br />

azúcar humanoide. Años atrás, cuando Carmela me acariciaba, me quitaba las células<br />

muertas y otras las mataba.<br />

Con Estefanía todo era más fácil que estando sólo. El sexo oral, doblar las sábanas,<br />

montar en tándem o jugar al ajedrez. Aunque lo cierto es que nunca llegamos a jugar al<br />

ajedrez y, ahora que hago memoria, no he montado en tándem en mi vida. Tampoco en<br />

bicicleta. Es una cuenta que tengo pendiente y un verdadero reto si alguna vez me quedo<br />

sin piernas.<br />

Un día llevé a Estefanía al cine, ya que no vivíamos allí. De hecho fuimos a ver una<br />

película. Por aquel entonces era muy común que las parejas fueran al cine, porque así<br />

evitabas hablar con tu chica y evitabas, por tanto, parecer tonto. Hay que apuntar aquí,<br />

que las mujeres robot aún no existían. Tan sólo había una versión preliminar, de<br />

plástico. Yendo al cine con frecuencia la relación duraba mucho más, ya que hablar es<br />

uno de los errores de pareja más comunes y que más acortan la relación.<br />

La película aquella noche era abominable. De esas para mentes infantiles donde el amor<br />

se fusiona, con espanto, con escenas de escaso valor cómico. De esas donde suenan<br />

flautas y violines al compás de los movimientos de la película. Sólo faltaba un perro<br />

parlante. De haberlo sabido, podíamos haber ido a los cines con tara, en los que emitían<br />

películas con problemas técnicos, pero a bajo coste. Era una de esas películas que te<br />

ponen de mal humor y generan odio contra el ser humano. Sobre todo contra el<br />

guionista, contra el director y contra el dueño de los cines que permitía ese sacrificio<br />

intelectual en su sala. La película te tele transportaba allí donde los sueños de un<br />

sociópata se hacen realidad. Sientes como tu dignidad humana es analmente violada.<br />

A Estefanía debió calarle hondo el mensaje romántico de la película, porque cuando<br />

salimos estaba especialmente cariñosa, y agarraba mi mano sin darle importancia al<br />

sudor, ni a los restos que podía contener mi mano. Es una cosa que pienso cuando doy<br />

la mano a alguien. Un pensamiento que me atormenta. ¿Se habrá lavado las manos<br />

desde la última vez que se masturbó?<br />

La noche era preciosa. La brisa corría, la cara de Estefanía lucia rojo pasión y nadie se<br />

creería de qué color eran los árboles. Exacto, marrones. Uno de mis colores favoritos<br />

para un árbol. Los árboles tienen una cosa muy especial que me hace sentir confortable:<br />

La madera.<br />

Esa noche nos besamos e hicimos el amor tierna y cariñosamente detrás de unos<br />

contenedores, y con eso y unas palabras dulces, nos convertimos en novios.<br />

El trabajo en el restaurante se volvió mágico después de aquel día. Siempre había algún<br />

encuentro para un guiño cómplice, para unos mimos con el pene en el baño, o para unas<br />

palabras picantes al oído que me hacían servir las mesas con una mal disimulada<br />

erección y con dos manchas de lactosa en mi camiseta.<br />

Mi vida mejoró. La relación con Estefanía iba viento en popa, como un robusto navío a<br />

la deriva. Era la pareja perfecta que siempre había necesitado. Podía acariciar y explorar<br />

su cuerpo sin que mi buzón se llenara de citaciones judiciales. Conocía sus curvas a la<br />

perfección. Sabía cómo era cada milímetro de su cuerpo, cada molécula, cada átomo. El<br />

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