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“La Obra Maestra”

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Los siguientes meses pasaron veloces en aquella época, insultantemente insulsos para<br />

una persona con demencia senil, y tan solo ligeramente intrépidos para una persona con<br />

parálisis cerebral. Tan rápido como la vida de un galgo de carreras, que es atropellado<br />

por un camión a la tierna edad de tres meses, y tan tediosa como la vida de un galgo que<br />

odia las carreras y, tristemente, su amo le hace asistir a las carreras de motos en las que<br />

participa. Supongo que he nacido en una mala época. No es mi culpa, son unos años<br />

insulsos. Simplemente es una época aburrida. Es tarde para montar en dinosaurio y<br />

pronto para ir en nave espacial o en dinosaurios robot. En cuanto al sexo, hace siglos<br />

que terminaron las orgías griegas con dinosaurios y las novias robot se pinchaban<br />

fácilmente. Y no te limpiaban la casa. En aquella época, además, los perros y otras<br />

mascotas aún no estaban tan bien amaestrados como ahora.<br />

Mi vida se encontraba estancada, igual que el lavabo de un hombre barbudo, o súper<br />

estancada, igual que el bidé de una mujer muy vellosa. No tenía trabajo. No tenía novia,<br />

ni verdaderos amigos. El dinero se había terminado y el dueño de la casa se negaba a<br />

cobrar cuando pagaba con unos billetes de mi invención, de mucho más valor que los<br />

originales.<br />

Mi ciclo en la ciudad había terminado. No me quedaba nada que hacer allí. No tenía<br />

ninguna atadura que me retuviera. Había aprendido muchas cosas, creo que todo lo que<br />

la ciudad me podía enseñar. Pero, ¿qué me quedaba tras aquellos años? Nada. Sólo<br />

recuerdos amargos, soledad y un futuro incierto. Recuerdos tan amargos como una de<br />

esas almendras podridas cuyo sabor perdura durante minutos. Ojalá hubiera una<br />

máquina capaz de separar las almendras buenas de las podridas. Si la hubiera, se podría<br />

vender bolsas de almendras podridas a mitad de precio, que ya hay que ser gilipollas<br />

para comérselas gratis. Pero el mundo está lleno de incertidumbres, de ecuaciones sin<br />

resolver. A veces la mejor idea es la más criticada. Ya pasó con la inquisición.<br />

La gente del pueblo creía que irse a la ciudad era sinónimo de prosperar, pero la vida en<br />

la ciudad sólo era un puñado de ilusiones vacías. Ya no me aportaba nada. No tenía<br />

nada que ofrecerme.<br />

La gente de ciudad vive de una manera muy distinta a la vida que recordaba en el<br />

pueblo. No es sólo porque tengan una higiene mucho más salubre. Viven su vida<br />

deprisa, corriendo incluso en su tiempo libre. Asumen que tienen que estar ocupados<br />

todo el tiempo, que tienen que trabajar la mitad de su vida para poder tener de todo. El<br />

resto del tiempo son obligaciones. Incluso la diversión pasa a ser una obligación. Del<br />

trabajo se pasa a la diversión, de la diversión al trabajo, del trabajo a la mira<br />

contemplativa de del techo, tumbado en la cama. Hay prisa incluso para no hacer nada.<br />

No hay tiempo para el descanso, para tomar aire y retenerlo durante varios minutos. No<br />

hay tiempo ni si quiera para aclarar todas estas ideas en mi cabeza. Yo mismo sufría esa<br />

enfermedad. Esa prisa sin sentido.<br />

La gente vive asustada por el futuro. Vive asustada por una época en la que<br />

posiblemente ya estemos muertos. Intentan almacenar dinero en lugar de disfrutar del<br />

tiempo. No sabes qué hay al otro lado de la esquina. Podría llegar la muerte o un ataque<br />

extraterrestre con la consecuente colonización alien. Lo primero que harán los alien es<br />

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