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“La Obra Maestra”

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El dolor en el pecho me duró varias semanas y lo que el médico catalogó como<br />

apendicitis, yo sabía que tenía mucho que ver con un corazón roto. Aunque lo cierto es<br />

que una vez que me extirparon el apéndice, el dolor se redujo bastante.<br />

Me sentí tan dolido que, por miedo a cruzarme con Paula, el día siguiente presenté mi<br />

renuncia en el hospital de enfermos terminales o, como el director del centro lo llamaba,<br />

La Casita de los Miserables. El director no lo aceptó y, desconocedor de las leyes,<br />

continué trabajando allí contra mi voluntad y por la mitad de mi sueldo.<br />

Hay momentos en los que te sientes tan tonto que los revives una y otra vez en tu<br />

cabeza, actuando como te habría gustado, intentado cambiar el pasado. La máquina del<br />

tiempo que construí no funcionaba, así que me tuve que conformar con superarlo.<br />

Hacerme fuerte. Lo que no me mata me hace más fuerte, pero me pregunto yo, ¿por qué<br />

no tiene Dios un poco más de puntería?<br />

Supongo que la toma de contacto con la realidad era necesaria. El topetazo con la cruda<br />

verdad. Paula me no me amaba. Bien mirado, diría que ni siquiera me tenía un poco de<br />

aprecio. El amor se parece mucho a la jaula de un hámster. Tienes que darle pipas y<br />

agua, y a cambio recibes sus heces, que además te toca limpiar. Además si metes el<br />

nabo entre los barrotes, puede que el hámster te haga bastante dolor. Bueno, es una<br />

analogía difícil de comprender. No se estrese el lector intentándolo.<br />

Pasaron los días, las semanas, los meses, y no recuerdo en qué invertí aquel tiempo.<br />

Sólo recuerdo revolcarme de pena por el suelo, como un cochino en su cochiquera día y<br />

noche, y compadecerme como si aquel suceso hubiese sido una especie de ruptura entre<br />

Paula y yo.<br />

Se supone que el tiempo lo cura todo pero, ¿cómo fiarme? El tiempo no había curado la<br />

enfermedad crónica, hereditaria y mortal de mi tío. No había curado las horribles<br />

pesadillas con las que Carmela había sellado mi alma. Tampoco había curado el brazo<br />

de aquel hombre manco del pueblo. ¿Por qué iba a curar esto? El tiempo no cura nada.<br />

Al final, lo que cura el mal de amores es conocer a nuevas chicas, así que yo estaba<br />

condenado de por vida.<br />

Sin embargo, una noche estando bebiendo sólo en un bar –me gustaba beber en la<br />

soledad. Mi teoría es que si necesitas algo o a alguien más que el alcohol para divertirte,<br />

es que estás haciendo algo mal. A lo mejor es que el alcohol ya no te sirve y necesitas<br />

drogas más duras- se me acercó una chica.<br />

No desprendía la belleza innata de Paula, pero tampoco la bellota ingrata de Carmela.<br />

Era bastante mona. Yo por entonces cometía el error de comparar todo con Paula, de<br />

manera que nada me complacía. Cuando me miraba en el espejo, nunca me parecía<br />

suficientemente atractivo comparado con Paula. Cuando fui al Zoológico, cualquiera de<br />

los simios me parecía feísimo por el error de compararlos con Paula. Después de<br />

defecar, ese acto casi involuntario de mirar la mercancía resultante, nunca parecía<br />

suficientemente bella comparada con Paula. Ni de lejos.<br />

“¿Quieres compañía?”, preguntó la chica.<br />

“Me basto y me sobro con mi alcohol”, saqué orgullo no sé de dónde para decir esa<br />

gilipollez. Pero cuando ella se dio la vuelta, supliqué casi llorando, “Por favor,<br />

quédate”.<br />

La chica se llamaba Irene. Era muy extrovertida, de estatura baja, de pelo oscuro y<br />

ondulado y, aunque no era tan guapa como Paula, era muy mona de cara, y su risa me<br />

encantaba. Era justo lo que necesitaba. Una chica alegre y muy habladora. Era una chica<br />

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