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“La Obra Maestra”

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principio de incertidumbre de Heisenberg dice que no podemos saber la posición exacta<br />

de un átomo y su movimiento atómico. Se equivocaba. Heisenberg no contaba con la<br />

observación a través de la lengua.<br />

Me había mudado a un piso mucho más luminoso y limpio en otra zona de la ciudad,<br />

tenía un trabajo estable y una novia que me quería y me apoyaba. La vida no me podía<br />

ir mejor.<br />

Sin embargo, pronto perdí aquel trabajo.<br />

En ese restaurante se hacían cosas que no admitiría cualquier inspector de sanidad<br />

corrupto. Creo que era el único sitio que preparaba platos con vello púbico como<br />

ingrediente principal.<br />

Si venía alguien quejándose porque había un pelo entre sus patatas, nos tocaba dar la<br />

cara a los camareros, “¡Sólo uno! Perdone a nuestro chef, debe tener los huevos ya en<br />

carne viva. Ahora mismo le cambio el plato”, y gritaba hacia la cocina, “Han debido<br />

caer patatas en el plato de vello púbico. Prepara otro con extra de cabellos”.<br />

Recuerdo una vez sirviendo el segundo plato, vi a los clientes mirarlo como con asco y,<br />

para que no se preocupara, le di a uno de ellos una palmada en la espalda y le dije, “No<br />

os preocupéis, lo peor ya os lo habéis comido”. Ni que decir tiene que esa acción me<br />

costó el trabajo, así que supongo que lo que hice estuvo mal, pero odio ver a la gente<br />

sufrir.<br />

Si yo fuera a atracar a alguien con una pistola y veo que la víctima lo está pasando mal,<br />

está nerviosa porque no sabe si le vas a pegar un tiro o no, lo que yo haría es pegarle un<br />

tiro de primeras y luego le diría, “Tranquilo, lo peor ya ha pasado. No voy a volver a<br />

dispararte.”<br />

Tengo un corazón gigante. Me pierde la bondad. Siempre he tenido empatía con los<br />

hijos de puta.<br />

Durante esos años no fue el único sitio del que fui despedido. Puede que fuera<br />

demasiado honrado para conservar mis empleos. Ni siquiera fui capaz de conservarlo en<br />

aquel buffet de sicarios. Y eso que el trabajo era tranquilo. Me gustaba el papeleo y la<br />

burocracia en aquella oficina coordinadora de sicarios. En el club de la estafa también<br />

trabajé a gusto unos meses, aunque por no sé qué problema, nunca llegaron a pagarme.<br />

De la fábrica de mascotas prefiero no hablar. Sólo aguanté allí dos semanas. No tenía ni<br />

idea de que las mascotas se fabricaran así. El trabajo era cruento y sanguinolento.<br />

Además, había que madrugar mucho.<br />

Trabajé en los horribles sitios que ni los inmigrantes quieren. Hice cosas tan denigrantes<br />

y horribles como madrugar y otras que, cuando años después las confesé a un cura, en<br />

un vano intento de limpiar mi alma, el cura se abalanzó sobre mí, y comenzó a<br />

golpearme con una de esas cruces de madera, mientras gritaba palabras en latín o algún<br />

otro idioma inventado.<br />

Quizás no me haya realizado profesionalmente aún. Como decía Estefanía por aquel<br />

entonces, “Era un gilipollas en busca de un sueño”. Pero no importaba. El dinero no lo<br />

era todo. Aún tenía algo de valor. Algo de menos valor que el dinero y que<br />

burlonamente podríamos llamar “dinero de segunda clase”. Me estoy refiriendo al amor.<br />

Estefanía era la media naranja que le faltaba a mi zumo. La segunda opinión que<br />

necesita todo estadista. Era un cojón de estrellas en un cielo estrellado. Me daba<br />

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