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“La Obra Maestra”

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El tren se encontraba medio vacío como un vaso medio lleno, y hasta la mitad del<br />

recorrido no montó nadie en mi cabina, una de esas de seis asientos, enfrentados tres<br />

contra tres. En una parada entró un hombre con bigote y, por tanto, de buena familia.<br />

La cara de color piel, pelo castaño, ya saben, un típico humano. Se sentó en frente de mí<br />

y puso una cesta que olía a pasteles a su lado, y se quedó quieto y erguido en su asiento,<br />

mirándome. Cuando, casi como un acto reflejo, miré a la cesta, él, también como un<br />

acto reflejo, acercó su mano hacia los pasteles, como diciendo “Son míos”.<br />

Parecía simpático. Algo me inspiraba confianza. Puede que fueran sus pasteles. La<br />

gente que come pasteles siempre es mejor persona que la que come bebés muertos.<br />

Mucho mejor persona.<br />

Sin embargo, yo no estaba con el ánimo para hablar y miraba, fingiendo ver algo, por la<br />

ventana. Pero no dejé de notar su punzante mirada sobre mi cara. Mientras<br />

atravesábamos un largo túnel, me dijo, “Es bonito el paisaje, ¿verdad?”.<br />

De esa silvina manera empezamos a conversar. El hombre era un reputado veterinario y,<br />

por motivos de trabajo, había tenido que salir de la ciudad. Yo le comenté mis motivos<br />

para ir a la ciudad y mi estúpida cruzada en busca de Paula, y nos enzarzamos en una<br />

conversación seria.<br />

La calidad humana de ese hijo de puta era digna de mención. Su bondad y generosidad<br />

destacaban por encima de nada, y su amabilidad aún se menta en los clubes más selectos<br />

de gitanos. Tenía una educación tan exquisita, que meterse un dedo por el culo y dárselo<br />

a oler, estaba fuera de lugar.<br />

En un momento dado apareció el revisor y me pidió el billete. Le enseñé mi ticket. Lo<br />

estuvo inspeccionando durante más de un minuto. Le hice un gesto al hombre del bigote<br />

para que sacara su billete, a lo que el revisor preguntó, “¿A quién hablas, chico?”.<br />

“A él”, dije señalando al hombre del bigote.<br />

“Ahí no hay nadie, chico,” y añadió, “Espabila”.<br />

¿Me estaba imaginando a aquel tipo? No podía ser, había traído pasteles. ¿Cómo una<br />

persona imaginaria iba a traer pasteles? Sólo como una prueba científica le pregunté,<br />

“¿Tienes pasteles en esa cesta? ¿Me das uno?”<br />

El tío me lo dio y, retomando el tema de Paula y de mi estúpida búsqueda, añadió:<br />

“En la vida siempre hay que seguir adelante. Hay que superar el pasado. Escalarlo. ¿Ves<br />

aquella montaña?”, dijo mirando por la ventana. Era una gran llanura. “Es como si<br />

quisieras escalarla y no te llegaran las fuerzas”.<br />

“Ya, pero es que es una llanura”, dije yo.<br />

“Aunque no te lleguen las fuerzas, tienes que seguir, clavando tu piolet y subiendo hasta<br />

la cima”.<br />

“¿Y si no tienes piolet?”, pregunté, sonriendo.<br />

“¿No tienes piolet?", preguntó él.<br />

Me estaba perdiendo. Por un momento no supe de qué hablábamos. ¿Qué me estaba<br />

preguntando?<br />

“¿Tú tienes piolet?", pregunté yo.<br />

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