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siempre tienen esa capacidad de hacerte reflexionar y actuar correctamente o no. Lo<br />
hizo Eva Brown con su novio, -un novio que tuvo antes de salir con Adolf. Con Adolf<br />
no lo consiguió-. También lo hizo la mujer de Gandhi. Le dijo:<br />
“Ghandi”, su mujer le llamaba por el apellido, porque no sabía su nombre, igual que me<br />
pasa a mí, “Deja esa escopeta en casa e intenta hacer las cosas más pacíficamente”.<br />
Esa capacidad de convicción femenina se concentra en los pechos. Algunos hombres<br />
gordos, también disfrutan de esta capacidad.<br />
La cuestión, según Estefanía, es que nunca me perdonaría no haber ido a despedir al<br />
único ser que me ataba con mi pasado, con mi infancia. Qué equivocada estaba.<br />
La palabra “familia”, el miedo y la curiosidad se apoderaron de mí. La historia de Caín<br />
y Abel me había enseñado que la familia siempre ha de estar unida hasta la muerte.<br />
Además Estefanía carecía de ese odio desmesurado a la vieja y poseía un inocente<br />
apego por los humanos, y con sus dulces palabras me convenció. Al fin y al cabo, era un<br />
“Adiós”. Si yo no perdonaba a esa miserable rata, ¿quién iba a hacerlo?<br />
Mojé mis dedos en el cubo de la fregona y me impregné los orificios de la nariz, pero la<br />
lejía no conseguía apagar completamente el hedor a vejez. Entré en la habitación y me<br />
acerqué a ella.<br />
Estaba cadavérica, como un siniestro muñeco tumbado en la cama, y de su boca salía un<br />
ligero susurro.<br />
“Ven hermano, abrázame”, me parecía oír.<br />
Acerqué mi oreja a su boca para entender lo que decía. En ese momento ella mordió mi<br />
oreja. Yo tiré de ella intentando despegarme. Pero con sus potentes encías y algún<br />
diente incipiente que parecía salir, como de un nuevo renacer, estaba anclada a mí. Lo<br />
peor no era el daño en la oreja, si no los sonidos horripilantes que hacía y que jamás<br />
seré capaz de olvidar. El miedo bloquea tu cuerpo, te hace irracional y hay ocasiones en<br />
las que tu cuerpo se paraliza. Ahora mismo no se me ocurre ninguna, pero sé que las<br />
hay.<br />
Tiré con fuerza y oí cómo los cartílagos de mi oreja crujían. “Puedo vivir sin una oreja”,<br />
pensé, y tiré con tesón, pero la infernal estatua maligna se agarraba como si necesitara<br />
carne humana.<br />
Es así como perdí el veinte por cien de mi oreja derecha. Puede parecer un porcentaje<br />
bajo, pero se nota y se echa de menos. Y mi cuerpo pesa más de un lado que del otro, lo<br />
que me está derivando en problemas de espalda.<br />
Veo a la gente mirar disimuladamente a esa ausencia cuando camino. Los más nerviosos<br />
tienen ese movimiento involuntario de tocarse la oreja cuando me ven, como<br />
comprobando que a ellos no se les ha desprendido parte de la suya. Es un trozo de carne<br />
que nunca recuperé. No apareció entre los objetos personales de Nines y el juez me<br />
prohíbe exhumar su cadáver, así que supongo que tendré que resignarme y aceptar la<br />
pérdida. Supongo que Nines se lo llevó al otro mundo, como prueba de una vida<br />
dedicada al mal.<br />
No quiero que se me trate como a un héroe por escapar de aquella situación. Aunque sí<br />
me gustaría que se me respetara como a un humano.<br />
No obstante, la violencia mostrada y la falta de apego familiar sorprendieron<br />
negativamente a Estefanía.<br />
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