Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
manera un posible asesino en serie tendría que ingeniárselas para asaltarme y cometer<br />
todo tipo de tropelías sobre mi cuerpo. Un perro callejero o un vagabundo no podrían<br />
pasar al salón y mearse en el sofá sin llamar antes. Además se evitan corrientes de aire<br />
muy molestas en caso de construir un castillo de naipes, cosa que no he hecho, ni quiero<br />
hacer en mi vida.<br />
En aquel apartamento yo tenía vecinos muy raros. Eran apáticos e introvertidos puertas<br />
afuera, pero muy ruidosos en el interior. Recuerdo que durante una época hablaban<br />
entre ellos haciendo sonidos, moviendo muebles y puertas o golpeando las paredes,<br />
intentando que yo no descifrara su código. Los vecinos se comunicaban entre ellos.<br />
Golpeaban cosas buscando sonidos parecidos a sílabas e intentaban, por medio de<br />
onomatopeyas, comunicaciones secretas. Confiando en que yo no entendía su código se<br />
llegaron a comunicar incluso planes para asesinarme, lo que se puede llamar ahora<br />
“Operación Fracaso”. Supongo que usando el teléfono, su perverso juego tenía menos<br />
gracia.<br />
La puerta sonó repetidas veces como si alguien quisiera algo. Siempre me pongo de mal<br />
humor cuado suena la puerta. El timbre se podría considerar como una prolongación de<br />
un bulto en mi pene. Un bulto con sarpullidos sanguinolentos muy dolorosos que no me<br />
gusta que nadie toque, y mucho menos un desconocido.<br />
¿Quién sería? En la cocina no me quedaban cuchillos limpios, así que tuve que abrir la<br />
puerta desarmado.<br />
Un hombre extraño, de profundas ojeras, mustio, gris, despeinado, lo más parecido a un<br />
muerto viviente al que me referiré a partir de ahora como “vecino de abajo”, esperaba al<br />
otro lado. Siempre pensé que su mujer debía tener el síndrome de Diógenes al no echar<br />
a este hombre de casa. Yo nunca fui mal vecino. Quiero decir que si alguien me venía a<br />
pedir un poco de sal, se la daba, tuviera o no tuviera. Y, no teniendo ascensor, cuando<br />
veía a la pobre y reumática abuelita del quinto, subir las pesadas bolsas de la compra a<br />
su piso, le daba los buenos días. Bastante tenía la pobre anciana como para aguantar a<br />
un vecino maleducado.<br />
El caso es que abrí la puerta y el vecino de abajo metió la cabeza en mi propiedad, lo<br />
cual fue avasallador, incluso aunque no fuera mi propiedad y tuviera varias<br />
mensualidades de retraso. Miró a los lados, como buscando algo. Supongo que al mirar<br />
a su derecha debió haber visto la cocina, donde unas cuantos muñecos con sus mejores<br />
atuendos esperaban la hora de comer sentados en la mesa, porque en seguida notó que<br />
invadía mi intimidad.<br />
“Me gustaría enseñarte una cosa”, me dijo.<br />
Su voz misteriosa escondía secretos. Oscuros conocimientos que seguramente le<br />
privaban del sueño. ¿Qué macabro asunto se traería entre manos? Esa cara perturbadora,<br />
esa mirada homicida.<br />
Salí de mi casa sin pensar y le seguí por aquellos pasillos que se mostraban, de repente,<br />
tan extraños y desconocidos. Millones de pensamientos recorrieron mi mente. ¿Qué<br />
secreto gubernamental me sería revelado?<br />
Desde que dejé de tomar los narcóticos de Nines, había estado menos lúcido para<br />
detectar y comprender aquellas conversaciones secretas del vecindario. Habían podido<br />
tramar algo aprovechando mi letargo. Sin embargo, fuera lo que fuera, el vecino de<br />
abajo parecía de mi bando. Quería compartir su secreto. Cientos de preguntas me<br />
62