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“La Obra Maestra”

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sólo las silenciosas? ¡Si es sorda!”. Incontinencia que reforzaba la creencia en mis<br />

suegros de que yo tenía cierto retardo. A veces su madre me miraba con una cara<br />

mezcla de suspicacia, recelo y odio. “¿Seguro que tu madre no tiene olfato?”,<br />

preguntaba de vez en cuando a Irene.<br />

Irene y yo éramos así. Siempre estábamos gastando bromas el uno al otro. Siempre<br />

estábamos riendo. A veces las bromas rozaban el mal gusto, y la ira homicida te hacía<br />

pensar que pronto aparecerías entre las noticias de sucesos.<br />

Éramos como niños pequeños. A veces nos hacíamos la zancadilla, a veces ella escupía<br />

en mi copa, a veces yo le despertaba arrojándole un cubo de agua casi congelada sacada<br />

de la nevera, a veces ella metía chinchetas en mis calcetines…<br />

Normalmente los mejores discos de música son aquellos que no te encantan la primera<br />

vez que los escuchas. Te empiezan a gustar más con el tiempo. Con las bromas es igual.<br />

Las mejores bromas son las que a la víctima no le hace gracia en el momento, pero al<br />

cabo de los años, cuenta una y otra vez la historia con una sonrisa en la cara.<br />

La vida nocturna estaba muy presente entre Irene y yo, y a menudo despertaba en su<br />

casa recordando lo justo para saber dónde estaba. Despertar en un sitio extraño puede<br />

desembocar en gritos de miedo y violencia extrema.<br />

Un día su madre había organizado una especie de merienda familiar de las que sólo ella<br />

organizaba. De esas en las que se bebe café y se finge ser muy cosmopolita. Se trataba<br />

del día del que ya os he hablado. Aquel en que la muerte apareció, en su forma olfativa<br />

y se ubicó antojadizamente en mi intestino. Me acababa de despertar en casa de Irene<br />

tras una noche muy larga, y el cuerpo aún estaba convaleciente cuando Irene, con no<br />

poco ingenio, en un momento de descuido, me ató los cordones de las zapatillas de una<br />

manera tan simpática que, al ir a bajar al salón, lo hice a trompadas, muy motivado pero<br />

sin coordinación. Mis huesos debían estar muy festivos aún, porque los noté bailando,<br />

dando palmas y chasquidos por dentro de mi piel.<br />

Los padres de Irene que, al fin y al cabo eran como padres para mí –aunque me odiaban<br />

a muerte- se miraron uno a otro.<br />

Cinco minutos después y viendo que tenía verdaderos problemas para levantarme y,<br />

viendo además que me había atado los cordones erróneamente, tras un resoplido, se<br />

levantaron y vinieron a ayudarme.<br />

No obstante, la caída había removido los efluvios y gases atroces de mi cuerpo y, desde<br />

hacía años, mi intestino no era la dulce y limpia flauta dulce que había sido en mi<br />

juventud. Era más bien una sucia trompeta sacada de las alcantarillas.<br />

El alcohol debe dejar una serie de restos por las tuberías internas que sólo el aire puro<br />

puede rascar y llevarse consigo. Y cuando sale, el aire ya no es tan puro. ¿Qué era ese<br />

olor? ¿Estaba muerto y no lo sabía? ¿Dónde había olido algo parecido antes? Imágenes<br />

de Carmela golpearon mi mente, violentas y desagradables como Carmelas. El padre de<br />

Irene se encontraba ya dentro de la burbuja cuando descubrió su espantosa potencia.<br />

A veces, los seguratas que hay en la puerta del recto no hacen bien su trabajo. No<br />

cachean bien a las moléculas de aire cuando salen. No les hacen vaciar bien sus bolsillos<br />

y restos sólidos salen al exterior, haciendo un efecto metralla.<br />

Con los calzoncillos llenos de metales pesados, la mitad de los huesos rotos y mi<br />

cerebro en huelga, me encontraba minutos después en el baño, ya vacío y desnudo,<br />

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