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“La Obra Maestra”

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morir en breve, sería tirar el dinero. Unos padres pragmáticos y ahorradores los de este<br />

ejemplo. Bien por ellos. Es importante enseñar a ahorrar a nuestros menores. Aunque en<br />

este ejemplo las enseñanzas caerán en saco roto.<br />

“Ha sido un momento un poco violento. Además siempre me haces quedar como la<br />

mala de la película”, me imagino a la madre diciendo a su marido tras haber dado las<br />

malas noticias al niño enfermo.<br />

“Calla, zorra”, me imagino diciendo al desalmado marido de este ejemplo.<br />

Volviendo a la realidad, allí me encontraba, obsesionado aún con Paula. Sin poder<br />

quitármela de la cabeza. Seguía ansiando encontrarla y no descansaría de verdad hasta<br />

lograrlo.<br />

A veces el destino se muestra tan caprichoso, que sientes que un niño tonto maneja las<br />

riendas de tu vida y eso, por lo menos a mí, me da bastante rabia. “El amor no se busca,<br />

se encuentra”, resuenan aún las palabras de aquel hombre de gran mostacho con quien<br />

compartí el tren. No se equivocaba.<br />

Un día, durante mi jornada en el hospital, un paciente vomitó la comida. Era<br />

relativamente frecuente eso en algunos pacientes. Aquella deliciosa comida tenía mala<br />

reputación entre los internos. Bondadosas mentiras mantenían el orden del centro.<br />

Se llevaron al hombre y yo me dispuse a fregar el suelo. Sin embargo ocurrió algo.<br />

Entre los restos de la comida eyectada, había una figura. Era una especie de anillo<br />

dorado, con un pequeño pájaro, posiblemente un ruiseñor, azul. “No es oro todo lo que<br />

reluce”, pensé parafraseando a Carmela, mientras hurgaba entre los tropezones.<br />

Algunos pacientes acusaban a los trabajadores de allí de quedarse objetos personales<br />

cuando otros pacientes fallecían. Motivado por eso, aquel hombre debió haberse comido<br />

el anillo.<br />

Me arrodillé y empecé a buscar entre el vómito, ¿qué más ocultaría?<br />

Sin embargo, la gran sorpresa no se escondía en el vómito, si no a tres metros de mí,<br />

mirándome incrédula, seguramente de la emoción.<br />

Al levantar la vista, casualidades inexplicables de la vida, allí estaba ella. Vestida de<br />

blanco como un ángel. Sorprendida y, seguramente feliz –aunque su cara no lo<br />

expresaba así- de verme, Paula.<br />

Me levanté y rápidamente la abracé, en uno de los momentos más enternecedores que<br />

ha habido en la historia del ser humano. Sentir de nuevo su dulce tacto, oler las<br />

fragancias frutales que desprendía su pelo. Fue una experiencia tan espiritual y la vez<br />

tan sexual... fue como tocar su alma con el pene.<br />

Hubo un pequeño malentendido que, aunque gracioso tras los años, me es duro<br />

recordar. Abrazado a ella le susurré, “Por fin volvemos a estar juntos”.<br />

Me apartó como a un violador y dijo:<br />

“¿Cómo? ¿Vives en el mismo mundo que yo? ¿Tienes alguna especie de problema<br />

mental? ¿Te has dado un golpe en la cabeza y, tras apartarte la espuma blanca de la<br />

boca, has venido aquí a ponerte en evidencia?”<br />

Me quedé un poco en blanco. No sabía a dónde quería llegar. Sus palabras no eran<br />

dulces como un limón. Eran más bien agrias como un limón no excesivamente dulce.<br />

Pero algo se me debía estar escapando y Paula, al ver mi cara expectante, intentó<br />

explicarse:<br />

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