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“La Obra Maestra”

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horas viendo llover desde mi ventana. Ver caer las gotas de lluvia es entretenido si te<br />

imaginas que son dagas y que caen sobre Nines.<br />

Así de ocioso pasaba las tardes del domingo, muchas de ellas acompañado de un amigo<br />

al que llamábamos “el Mocho”. Puede que el Mocho no pasara muchos domingos en mi<br />

casa, sin embargo yo tengo la sensación de que fueron todos. Supongo que ese recuerdo<br />

está basado en un par de días. Eso es lo que hace el cerebro para no guardar tanta<br />

información. Generaliza. Memoriza una vez y luego multiplica.<br />

El Mocho no era mal tipo, pero su compañía se hacía pesada. Era una de esas personas<br />

que tienen buen corazón, pero son inaguantables. Igual que le pasaba a Hittler, que era<br />

muy pesado y por eso le costaba hacer amigos. Amigos judíos, sobretodo.<br />

Costaba echar de casa al Mocho. No cogía las indirectas. Podías decirle que tenías<br />

sueño, o que tenías que hacer algo importante, o que se fuera a tomar por culo, y el<br />

Mocho no se daba por aludido.<br />

La verdad es que era tonto. Era muy pesado y muy tonto, y me duele ser tan duro con<br />

gente tan buena, pesada y tonta. Normalmente cuando te cae una portería en la cabeza te<br />

vuelves más tonto, pero a este chico en concreto, cuando era pequeño le cayó una<br />

portería mal anclada en la cabeza y se volvió algo más listo. “El deporte es salud”,<br />

pensé cuando me enteré del rumor.<br />

El Mocho era una de esas bromas pesadas que gasta Dios, como los enanos. Era un<br />

error de la naturaleza. Un tumor con extremidades, cuya extirpación llamaron<br />

erróneamente nacimiento. Sus padres le pusieron un nombre humano, por no haber una<br />

lista homologada de nombres de tumores.<br />

Tenía un nombre compuesto, pero no recuerdo cuál exactamente. Puede que fuera José<br />

Luis o Luis José o alguna mierda así.<br />

Supongo que los padres pensaron en esa mamarrachada de, “Le ponemos muchos<br />

nombres y así que elija cuando sea mayor”. Como prueba de que el chico no salió muy<br />

listo, eligió “Mocho”.<br />

Hay una teoría sociológica que dice que las personas con nombres compuestos sufren<br />

numerosas crisis de identidad. Se vuelven locos y mezquinos. Bien, la teoría es mía y<br />

aún no he podido probarla, pero sólo gente con nombre compuesto la ha negado.<br />

La cuestión es que estando allí, en frente del padre de Irene, recordando a este chico,<br />

tuve una de esas experiencias extrasensoriales que te acercan a lo metafísico y te hacen<br />

comprender la vida de otra manera. Otra pedagógica sesión de Aprendizaje Memorial.<br />

Una de esas visiones que te permiten aprender y vivir una vida mucho más rica y llena<br />

de color. No es mi caso.<br />

Este chico, Luis Javier o José Javier o Mocho o como se llame, tocaba la flauta en un<br />

grupo con gente de su trabajo y, dichoso mundo éste que me ha tocado vivir, tuve que<br />

asistir a uno de sus conciertos. Otro amigo ya me había advertido de que el Mocho tenía<br />

la capacidad musical de un sordo. Pero no de un sordo con suerte, como Beethoven,<br />

quien juntaba notas al azar, sin saber cómo iban a sonar, y por casualidades matemáticas<br />

sonaba bien.<br />

Beethoven componía como quien juega a la lotería, aquí pongo este símbolo, aquí este<br />

otro. Aquí pongo un Do, aquí un Mi, aquí un La ¿Cómo cojones sonará esto? Y un tonto<br />

con batuta dijo, “Este tío es un genio”. Y así nació la farsa más infame del mundo: el<br />

arte moderno. Es lo equivalente a un libro escrito por monos pulsando las teclas de una<br />

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