Trabajo final - Vaneduc

Agustín Kaufmann - Licenciatura en Turismo
ofrecía las primeras comodidades. Sin embargo, el aspecto más conocido y
famoso de la relación del hombre con las cuevas, es decir, las pinturas
rupestres que dejaban decorando sus paredes, no aparecerían hasta miles de
años después.
Las primeras pinturas datan del 35.000 a.C. aproximadamente, y corresponden
a hombres del Paleolítico Superior. En estas pinturas se observaban cuatro
colores básicos: el negro, el blanco, el rojo y el amarillo. Aplicaban la pintura
con las manos e incluso se utilizaban pinceles rudimentarios elaborados con
pelos de animales o fibras vegetales.
La humanidad vivió, por tanto, un largo período de su historia al abrigo de las
cuevas, donde debía expulsar a los osos y a los felinos, donde se reunían, en
ocasiones, grandes familias, donde se llevaban las presas capturadas y donde
aún sobraba tiempo para dedicarse al arte. Por otro lado, probablemente sea el
lugar donde aparecieron las primeras religiones.
Pero hace unos 10.000 años los hielos de la última glaciación se retiraron hacia
el norte y con ellos la mayoría de los grandes animales que aparecen dibujados
en las paredes de cuevas como Lascaux (Francia) y Altamira (España): tigres,
caballos, rinocerontes, osos, antílopes, etc., que emigraron de aquellos lugares.
El clima cambió a una situación más cálida y nuestros antepasados
abandonaron el refugio que les proporcionaba la naturaleza.
Sin embargo, no todos los hombres abandonaron las cuevas y hay constancia
de comunidades trogloditas, que, además de usar cuevas naturales, excavaban
otras artificiales. Así pues, se encuentran desde simples refugios excavados a
mano, hasta elaboradas construcciones como las de Petra, en Jordania, o las
cuevas de Ajanta, en la India, que fueron excavadas en acantilados de granito
hace más de 1.300 años. Entre ambos extremos hay todo tipo de comunidades
que viven en cuevas, como las del valle de Goreme, en Turquía.
En la segunda mitad del siglo XIX, al impulso de la ciencia, a la curiosidad o a
la aventura se les suman otros intereses, algunos de los cuales no sólo son
económicos: la necesidad de encontrar agua para la ciudad de Trieste (Italia)
empuja a hombres como Lindner o Svetina a descender a la gruta de
Trebiciano, donde bajan a una profundidad de 327 metros. A pesar de no
conseguir su propósito, su nombre queda grabado para la posteridad y sus
intentos motivan a otros para que sigan sus pasos: Marinitsch y Hanke o
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