Margarita de Valois.pdf

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— 172 — sostenido en la escalera y el vestíbulo, había concluido por salir de su casa abrasada, como un verdadero héroe. En medio de la lucha no había cesado do gritar: «A mí, Maurevel! Maurevel! dónde estás?» ó insultándolo con ios epítetos mas injuriosos. Apareció en fin en la callo sosteniendo con un brazo á su querida medio desnuda y casi desmayada, y llevando un puñal entre los dientes. Su espada radiante por el movimiento de rotación que él leimprimia, trazabacírculosblancos ó encornados, á medida (pie la luna plateaba la hoja, ó que la luz de una antorcha hacia brillar su sangrienta humedad, Maurevel habia huido, la llurriere empujado por de Mouy hasta Cceoniias, (pie no lo reconoció y que le recibía con la punta do la espada, imploraba gracia á los dos lados. Apareció en este momento Mercandon, y a! ver su cruz blanca, le reconoció por un asesino. El tiro partió. La Hurriere arrojó un grito, eslendió los brazos, dejó escapar su arcabuz, y después de haber ensayado llegar hasta la muralla para apoyarse en ella un momento, cayó dando con el rostro contra la tierra. De Mouy aprovechó esta circunstancia, se lanzó en la callo del Paraíso y desapareció. La resistencia do los hugonotes habia sido tal, que los del palacio de (luisa habían tenido que replegarse y volver á entrar en palacio, cerrando fuertemente las puertas de
— IT.i — miedo de verse sitiados y cojidos en sus casas. Coconnas, embriagado de sangre y de ruido, había llegado á ese grado de exaltación, en que para las gentes del mediodía el ánimo se trueca en locura, y ni habia visto ni oído nada. Solo notó (pie sus oídos le zumbaban con menos fuerza, (pie sus manos y su rostro se secaban un poco, y bajando la punta de su espada, no vio ya en rededor suyo mas que un honnhro tendido, el rostro anegado en un arroyo encarnado, y á su lado casas ardiendo. Corta fué esta tregua, porque en el momento on que ibi á acercarse á ese hombreen quien le pareció reconocerá la Hurriere, abrióso la puerta de la casa que se habia vanamente esforzado en querer romper á pedradas, y el anciano Mcrcandon, seguido de su hijo y de sus dos sobrinos se lanzó sobre el piamontós, ocupado en lomar aliento. —Hele aquíl hele aqui! gritaron todos á la vez. Coconnas estaba entonces en medio de la calle, y temiendo verse rodeado por estos cuatro hombres que le atacaban á la vez, con el mismo vigor de una de esas gamuzas que habia perseguido tantas veces en las montañas, dio un salto airas, y se halló con la espalda apoyada en la pared del palacio de Guisa. Una vez tranquilo ya sobre las sorpresas, volvió á ponerse en guardia y á tomar su tono burlón.
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MARGARITA DE VALOIS.
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BIBLIOTECA UNIVERSIDAD DE MALAGA 61
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IV!AUGAIUTA DE VALOIS. CAPITULO I.
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tando dulcemente la cabeza de Cocor
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La Molo dudó un momento, apretando
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— 10 — vía á caer desfallecid
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— 12 — —¿De ese ricacho, de
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— \'i — falta tolo suplico. ¿Y
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— 10 — —Eres ndnrnhlc, Enriqu
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vando desnuda al costado una leal e
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— 20 — —T.a costumbre? —Si;
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velaba que estaba saliendo del enci
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_ M — te. Mas no por eso dejó el
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—Todo lo contraído, me agrada ma
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— 28 — —Sí. señor, persisto
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— 30 — —La aguja simulaba una
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— 32 — parecía atravesar la es
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— 34 — liaban de salir los juec
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— 36 — «En consecuencia de lo
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carie c! tormento, Miserables! al i
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'J.) — Hubo mas, la i'iai • : o
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— 42 — Cojonnas empozó á ilar
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— 44 — *¡ué habilidad os saco
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_ ÍG — fa noche, aunque «"«tub
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un crimen. Me bao dado tormento, me
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__ 51) — último consuelo con sai
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le: mns el temor de aumentar sus do
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ojos en o! fondo do! e.irruago, so
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— 56 — i pudiera verlo, una esp
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— 58 — —Qué hermoso cd qué
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— 60 — —Podréis tener bien d
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En contraposición á la ciudad que
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_ 64 — Empujó Carlos IX la puert
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ce ú de un mes á lo sumo, me. llo
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— es — Y Gitlona presentó A Ma
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— 70 — —Ven, aun los volverem
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no de oro que dejó Margarita sobre
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— 74 — La duquesa de Novors, re
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_ 76 — — [Cuidarlo! ved que ten
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su cuerpo manaba un sudor rojizo; s
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— 80 — ¡^Quiero hablará mi he
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— 82 — —Nada respondió Catal
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CAPITULO VIH. La plataforma del tor
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— m — Síieó el cuerpo fuera d
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— 88 — —¿Y no las adivináis
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— 90 — sionnr, señor,!, y he r
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CAPITULO IX. La Regencia. YA empeza
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— 94 — —Sí, sí, tienes raz
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—¡Oh! esclamó Enrique con los o
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llanuras, Enrique, y por consiguien
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_ loo — hijos, cosn muy sensible
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— 102 — un cadáver, si un leve
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— 101 — el camino de Chateu-Thi
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— 100 -~ Sucristo y á la santís
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— 108 — tac?, y tendiendo los b
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— 110 — —¡Está aquí! escla
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— 112 — halla coa un pisaverde
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— 114 — —No, pero tiene un en
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— — —Ahora me toca á mí ese
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— 11S — iban por la calle de la
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— 120 — Y efectivamente, Enriqu
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— 122 — —¿Y decís que he de
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LOS BAÑOS DE ALBANO- I. Dos hombre
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Piamonte.... quellegaria á ser poe
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_ 7 — Otro suspiro y un ligero mo
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— 9 — modos; so coloca el princ
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— 11 — —Debajo de las ventana
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— 13 — apenas fué dueña de oc
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— 15 — ¡os que ao se buscan su
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— 17 — novado una memoria tan f
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— 19 — — Sufro muchol contest
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— 21 — Mas tranquila oslaba ya
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adelantó con viveza, colocándose
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eis Iiecho, después de haberos apr
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husaba? ¿Me lo hubieseis siquiera
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— 2Í) — garla de Mariliano; MI
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II!. un cuando el hombre se hallo d
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— 33 — mito como formales algun
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á ia chimenea — 35 — como para
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— 37 — podría pedirle una sati
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— 39 — íati'o por la cólera.
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— 41 — era tal su situación, q
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