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Enrique se puso á descifrar este enigma.
=IIablcmos ahora con formalidad, caballero,
dijo Margarita, y sobro todo, hablemos con
franqueza. Es verdad que como todos dicen
hoy, consiente vuestra magostad en abjurar?
=EI público se engaña, señora, no he conenlido
todavía.
—Pero estáis ya decidido a ello?
—Lo estoy pensando: qué queréis? Guando
uno tiene veinte años, cuando uno es casi rey,
¡venlre saint gris! hay cosas (pac merecen bien
que uno vaya á misa.
—Y entre otras cosas la vida, no es verdad?
Enrique no pudo reprimir una ligera sonrisa.
—No queréis comunicarme vuestros pensamientos,
si re? le dijo Margajita.
—Tengo algunas' reservas para mis aliados,
señora; porque ya saltéis que no somos
loebivia tnas (pie aliados: si fueseis á la vez
mi aliada y mi...
—Y vuestra esposa, no es verdad?
—Sí á 16 mia.... y mi esposa.
—Entonces?
—Entonces tal vez seria diferente, tal vez
preferiría ser rey de los hugonotes, como ellos
dicen... Ahora es preciso que me contente coa
vivir.
Margarita miró á Enrique de un modo tan
estraño, que hubiera despertado sospechas aun
en una imaginación menos despejada que la del
rey de Navarra.