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Bien podía el rey Enrique tomarse este
pequeño pasatiempo; ningún cuidado serio ocupaba
su espíritu. I5I rey de Navarra se hallaba
en su reino, cumplidos ya sus fervientes
deseos, y obsequiaba mucho, según era
público, á una linda joven de la sangre de
los Montmorency á quien llamaba la Fosseuse.
Acompañábale Margarita, triste y torva,
hallando tan solo en sus magníficas montañas,
ya que no una distracción, cuando menos
un lenitivo á los dos grandes dolores de
la vida; la ausencia y la muerte.
Estaba París muy tranquilo, y la reina madre,
verdaderamente regente desde que reinaba
su amado hijo Enrique, moraba, ya en
el Louvre, ya en el palacio de Soissons, situado
en el terreno que ocupa el mercado
de granos, y del cual solo queda la elegante
columna que enfrente de la ealle se puede
ver todavía.
Hallábase la reina una noche muy ocupada
en estudiar los astros con llené, cuyas
leve» traiciones habia ignorado siempre y que
merced á la falsa declaración que tan á punto
dio en el negocio de Goconnas y la Mole,
habia vuelto á su gracia, cuando entraron
á anunciarla que un hombre la esperaba
en su oratorio, diciendo que tenia que manifestarla
una cosa de la mayor importancia.
Bajó precipitadamente y encontró á Mr. de
Maureve!.