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—Señora, ya os escucho.
—Ya es tiempo, dijo Catalina con esa lentitud
peculiar á los (pie disimulan ó reflecsionan
profundamente, ya es tiempo, hija mia, de que
sepáis cuanto antes cuanto vuestro hermano y
yo nos esforzamos en haceros dichosa.
El ecsonlio era espantoso para el que conociese
á (¡alalina.
—Qué irá á decirme? se preguntó Margarita.
—Casándoos, continuó la florentina, hemos
cumplido con uno de esos actos de política que
prescriben muchas veces los graves intereses á
los que gobiernan, pero es preciso confesar, pobre
niña, que no creíamos que la repugnancia
del rey de Navarra por vos, tan joven, tan bella
tan seductora, llegaría hasta este punto.
Margarita se levantó, y cruzando su bata hizo
á su madre una ceremoniosa reverencia.
—Solo esta noche he sabido, continuó Catalina,
que si no ya hubiera venido antes, he sabido
que vuestro esposo está muy lejos de tener
con vos las atenciones que se deben no solo
á una muger hermosa, sino á una hija de
Francia.
Margarita resaló un suspiro, y Catalina animada
por esta adhesión muda, continuó:
—En efecto, el rey de Navarra obsequia públicamente
una de mis damas, á la que, adora
hasta con escándalo y desprecia el amor de la
muger que han tenido la bondad de concederle.
Esta es una desdicha que nosotros pobres lodopoderosos
no podemos remediar; pero que el
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