Margarita de Valois.pdf

—Y bien, señora! recordando todo esto, me
dije en el instante en que lei el billete en que
me mandabais venir: «Sin amigos, prisioneroy
desarmado, el rey de Navarra solo tiene ya un
medio para morir con gloria, de una muerte
que haga célebre su nombre en la historia....
y es morir vendido por su esposa....» Luego
he venido.
—Sire, respondió Margarita, espero que mudeis
de lenguage cuando sepáis que todo lo que
se hace por vos en este momento, es obra de
una persona que os amal... y á quien amáis.
Enrique casi retrocedió al escuchar estas palabras,
y su ojo gris y penetrante brillando
bajo su ceja negra, interrogó á la reina con la
mayor curiosidad.
—Ohl tranquilizaos, sire, dijo la reina son
riendo. No tengo la pretensión de creer que soy
yo esa persona.
—Pero no obstante, señora, dijo Enrique,
vos sois la que me habéis hecho entregar esta
llave; esta letra es también la vuestra.
—Esta letra es la mía, lo confieso, este billete
es mió, no lo niego. Pero en cuanto á la
llave es otra cosa. Básteos saber que antes de
llegar á vos, ha pasado por la mano de cuatro
mugeres.
—De cuatro mugeres! esclamó Enrique con
admiración.
—Sí; entre las manos de cuatro mugeres, dijo
Margarita: entre las manos de la reina madre,
entre las de madama Sauve, entre las de
Gillona y entre las mías.