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el camino de Chateu-Thierrv; pero la reina
madre; llena de previsión, había enviado tres
por diferentes caminos.
—¡Oh mísero de ni! dijo Enrique.
—Esta mañana lia '¡legado un emisario de
Varsovia. El rey debía ponerse en marcha
tras él sin que se lo estorbara nadie, pues
aun se ignoraba en aquella corte la enfermedad
de Garlos IX. Dicho emisario por lo tanto,
solo llevaba á Enrique de Anjou algunas
horas de delantera.
—¡Oh! si tuviese á tr.i disposición siquiera
ocho dias, dijo Enrique.
—Sí, pero no tenéis ni ocho horas. ¿Oísteis
antes ruido de preparar armas?
—Sí.
—Para vos las preparaban. Vendrán i mataros
hasta aquí, hasta Sa alcoba de! rey.
—Aun no ha muerto.
Rene miró fijamente á Garlos.
—Morirá dentro de diez minutos. Diez minutos
tenéis de vida y acaso menos.
—¿Y qué he hacer?
—Huir sin perder un minuto, sin' perder
un segundo.
—Pero ¿por dónde? si me están esperando
en la antecámara, me matarán cuando
salga.
—Escuchadme, á todo me arriesgo por vos;
nunca lo olvidéis.
—Descuida.
»—Seguidme por esto pasadizo secreto; os