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—Pues bien: ¿permitís que yo os diga una
cosa, hijo mió?
—¿Pues no? hablad, madre.
—Sospecho que lodos esos grandes doctores
no entienden un ápice de vuestra enfermedad.
—¿De veras, señora?
—Creo que quizá ven un resultado, mas que
no dan con la causa.
—Es posible, dijo Carlos sin comprender á
donde quería ir á parar su madre.
—De suerle que combale los síntomas en vez
de combatir el mal.
—¡Voto á mi almal repuso Carlos con asombro,
creo que tenéis razón, madre.
—Ahora bien, hijo mió, siguió Catalina, como
no conviene á mí corazón ni al bien del
estado que estéis enfermo lauto tiempo, en
atención á que podia afectarse al fin en vos
la parte moral, he reunido á los hombres mas
doctos
—¿En el arte médico?
—No, en otro mas profundo, en el arte
que permite leer, no solo en los cuerpos,
sino en los corazones.
—¡Ohl que arte tan bello, señora, y qué
bien hacen en no enseñársele á los reyes. ¿Y
han producido resultados vuestros pesquisas?
continuó el rey.
—Sí.
-¿Cuál?
—El que yo esperaba, aqui traigo á V.