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del pecho y de la espalda del joven, en tanto
que Margarita armada de una aguja de oro,
de punta roma, sondeaba las llagas con toda
la delicadeza y la habilidad que hubiera desplegado
el mismo Ambrosio Paré en iguales
circunstancias.
La de la espalda era profunda; la del pecho
se había deslizado sobre las costillas, atravesando
solamente las carnes; ninguna de las
dos había penetrado en las cavidades de esta
fortaleza natural que protege el corazón y
los pulmones.
Llaga dolorosa y no mortal, acerrimun humeri
vulnus non anlcm lethale, murmuró la
hermosa y sabia cirujana. Dame el bálsamo
y prepárame las hilas, (¡illona.
Entretanto (¡illona, á quien la reina acallaba
de dar esta nueva orden, había ya enjugado
y perfumado el pecho del joven, y lo
mismo había hecho con sus brazos, formados
como un mode'o antiguo, con sus hombros,
graciosamente echados hacia atrás, y con su
cuello sombreado por espesos bucles, y que
pertenecía mas bien á «na estatua do mármol
de Paros que al cuerpo mutilado de un hombre
moribundo.
—¡Pobre joven! murmuró Gillona contemplando
no ya su buena obra, sino al que acaba
de ser el objeto de ella.
—¿No es verdad que es hermoso? dijo Margarita
con una franqueza verdaderamente real.
—Oh! sí, señora, pero me parece que en lu-