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CAPITULO XI.
EL] pabellón de Francisco! I.
Ai: Á cuando los reyes casi eran semi­dioses,
cuando la сага, á mas de ser una diversión,
formaba un arte, una caza boreal
bocha por reyes era cosa digna de verse.
Fuerza es, sin embargo, que abandonemos
este regio espectáculo pira penetrar en un
paraje de la selva, en que lodos los actores
de jla escena que acabamos de narrar deberán
en brevtí reunirse.
A la derecha del pasco de las Violetas, larga
galería de follaje, espeso albergue en que
entre los espliegos y matorrales empina de
vez en cuando las orejas una inquieta liebre
mientras que el errante gamo alza la enastada
cabeza, dilata la nariz, y aplica el oido,
hay un sitio al raso bastante estraviado para
que desde el camino no se le pueda ver,
pero no tanto que no se divise desde él el
camino.
En medio de esta especie de plazoleta, hay
dos hombres tendidos sobre la yerba; tienen
debajo una capa de viage; al costado un largo
espadón, y al alcance de su mano un
mosquete muy ancho de boca, de los que
entonces se llamaban pectorales. Por la ele­