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hecho la incógnita enfermedad que le aquejaba.
En breve se llenó la real cámara de curiosos
é interesados cortesanos.
Catalina, Alenzon y Margarita tuvieron noticia
de que el rey recibía.
Los tres entraron con pocos minutos de intervalo,
Catalina tranquila, t ¡sueño Alenzon,
abatida Margarita.
Sentóse Catalina á la cabecera del lecho de
su hijo, sin hacer alto en la mirada con que
este la vio acercarse.
Mr. de Alenzon se colocó ú los pies sin
sentarse.
Margarita se recosí S en un mueble, y al ver
la pálida frenle, el flaco semblante y los hundidos
ojos de su hermano, no pudo contener
un suspiro y una lágrima.
Átenlo Carlos á todo, vio aquella lágrima,
oyó aquel suspiro, é hizo c«n la cabeza una
imperceptible seña á Margarita.
Esta seña aunque tan imperceptible, animó
el rostro de la pobre reina de Navarra, á quien
nada habia dicho fínrique, tal vez por no tener
tiempo, tal vez por no juzgarlo conveniente.
Margarita temía por su esposo, temblaba por sa
amante.
Nada recelaba en cuanto á sí misma pues
conocía sobrado á la Mole, y sabia que podia
contar con él.
—¿Como os sentís, amado hijo? preguntó
Catalina.