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parecía atravesar la espesa muralla y que fué
á vibrar en les hierros de sus ventanas.
Estremecióse Coconnas involuntariamente,
y eso que era hombre tan animoso, que el valor
en él si' parecía al instinto i le las bestias
feroces. Quedóse inmóvil en el sitio adonde le
había cocido el son, dudando si aquella queja
pedia haber sido proferida por labios humanos,
y tomándola por un gemido del viento
entre los árboles, ó por uno de esos mil rumores
nocturnos (pie parecen subir ó bajar de*
los dos mundos ignotos entre los cuales gira
nuestro mundo-, y entonces oyó olio segundo
uejido, mas doloroso, mas profundo, mas
esgarrador aun que el primero; en éi, no solo
distinguid positivamente la espresion quo
tiene el dolor en la voz humana, smo (pie creyó
conocer en aquella voz la de la Alólo.
Al oiría olvidó el piamontés que le contenían
dos puertas, tres rejas y tina pared de doce
pies de espesor, y se precipitó con todo su
peso contra aquella pared como para derribarla
y volar en auxilio de la víctima, esclamando:
—¿Qué, degüellan por ahí á alguien?
Pero tropezó en el camino con la tapia en
que no había pensado, y cavó de rechazo
sobre un banco de piedra, en el cual quedó sin
movimiento.
No oyó mas.
—¡Oh! pie han muerto! murmuró; esto es
abominable; aquí no le puedo defender.... ¡Nada,
ni un arma!