Margarita de Valois.pdf

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le capaz, de paredes sombrías y de aspecto sumamente
lúgubre.
Enrique paseó á su alrededor una mirada
no exenta de zozobra.
—Dónde estamos? preguntó.
—Pasamos la sala del tormento, monseñor.
—Ahí dijo el rey.
Y miró con mas atención.
En aquella estancia había un poco de todo:
colodras y caballetes para el tormento del agua;
cuñas y mazos para el del borceguí; bancos do
piedra para los infelices que esperaban su turno,
bancos que daban casi enteramente la
vuelta á la pieza; y sobre ellos, en ellos y á
sus pies argollas de hierro lijas en las paredes
sin otro sisíema que el del arte de dar tormento,
aunque su procsimidad ¡i los asientos revelaba
suficientemente que estaban destinados»
los miembros de las personas que en ellos se
eolocáraiil
Continuó Enrique su camino sin decir una
palabra, pero también sin perdtr un solo detalle
de todo aquel repugnante aparato que escribía,
por decirlo así, la historia del dolor en
las paredes.
La atención con que en torno de sí miraba,
hizo que Enrique no mírase á sus pies, y tropezase.
—Ehl dijo, ¿que es esto?
Y apuntaba á u,:a especie de surco abierto
en las húmedas losas que formaban el pavimento.