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CAPITULO XY.
La figura de cera.
OCHO dias hacia que estaba Carlos postrado en
el lecho por una liebre de languidez, complicada
con accesos violentos semejantes á ataques
de epilepsia. En estos accesos lanzaba á veces
ahullides que escuchaban con terror los guardias
apostados en la antecámara y que repetían
en sus profundidades los ecos del Loüvre,
escitados algún tiempo hacia por tan siniestros
rumores. Luego que pasaban estos accesos
se dejaba caer, rendido de cansancio y con
apagados ojos en brazos de su nodriza en medio
de un silencio que alas veces revelaba,
tanto desprecio como terror.
Deeir los siniestros pensamientos que se agitaban
en el fondo del corazón de Catalina de
Médicis y del duque de Alenzon, sin comunicarse
empero el uno al otro sus sensaciones,
pues la madre y el hijo antes se huían
que se buscaban, seria pretender describir el
asqueroso hormigueo que se vé rebullir en el
fondo de un nido de víboras.
Continuaba Enrique encerrado, y según había
rogado á Carlos, á nadie, ni á la misma
Margarita se concedía permiso para verle; aquello
era, en concepto de todos, una completa