Margarita de Valois.pdf

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— 23 — fican estos siniestros preparativos? ¿á donde vamos? Solo respondió el carcelero con un suspiro muy semejante á un gemido. —¡Voto á Sanes! murmuró Coeonnas, ¡qué existencia tan endiablada! ¡siempre estrenaos y nunca tierra (irme! ¡ó bucear bajo cien pies de agua ó mecerse sobre las nubes! no hay medio. ¿Puedo saber á dónde vamos? —Seguid á los alabarderos, dijo uno voz tartajosa, por la que vmo Coeonnas en conocimiento de que los soldados que habia entrevisto iban a. empañados de algún golilla. —¿Y Mr. de la Mole? preguntó el piamontes, ¿donde está? ¿que es de él? —Seguid á los alabarderos, repitió la misma tartajosa voz, en el mismo tono. Era preciso obedecer. Cocorinas salió de su encierro, y vio al enlutado cuya voz le habia sido tan desagradable. Era un escribano diminuto y gibo:o, que sin duda habia entrado en la curia para que el ropón no permitiera ver que también era patiestevado. Bajó lentamente por la escalera espiral. En el piso principal se detuvieron los guardias. —Mucho bajamos, murmuró Cocorinas, pero aun no basta. En esto se abrió la puerta; Coeonnas tenia ojos de lince y olfato de perro perdiguero; olió á los jueces y vio en la sombra la silueta de un hombre con los brazos desnudos, espectáculo que bañó en sudor su fren,-
_ M — te. Mas no por eso dejó el piamontés de tomar la mas risueña espresiou; inclinó la cabeza á la izquierda, con arreglo al código de la nías refinada moda de aquella época, y entró en la estancia, puestos los brazos en jarras. Alzaron un tapiz y Coconnas se vio en efecto frente á frente con jueces y escribanos. A corta distancia de ellos estaba la Mole sentado en un banco. Fué Coconnas conducido ante el tribuna!. Al llegar frente á los jueces se detuvo, saludó á la Mole moviendo la cabeza y sonriéndose, y quedó en especlaliva. —¿Cómo os llamáis? preguntó el presidente. —Marco-\nnibal de Coconnas, respondió el caballero con esquisito agrado, conde de Montpanlier, Glienauv. y otros parages; bien que harto conocidos son nuestros tilulos. —¿De dónde sois? —De Saint-Colomban, en las cercanías d* Zuze. —¿Qué edad tenéis? —Veinte y siete años y tres meses. —Bien, dijo el presidente. —Parece que legu'la, murmuró Coconnas. —Ahora, repuso el presidente después da ua momento de silencio, que dio tiempo al escribano para anotar las re-puest
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MARGARITA DE VALOIS.
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BIBLIOTECA UNIVERSIDAD DE MALAGA 61
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IV!AUGAIUTA DE VALOIS. CAPITULO I.
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— 38 — una venda y unas alas...
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— 58 — Enrique se puso á desci
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— 1 [() — —Cómo? dijo Cocomi
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— 120 — Y estalló en gemidos.
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— 128 — los! no hay que perder
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— 130 — medía noche, entres do
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tando dulcemente la cabeza de Cocor
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— 4í — Dios os había conserva
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— 46 — portante como una partid
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— 48 — —¡Vos, monseñor! —
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— 50 — Urse, sin hacer el menor
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— 52 — cómplices, como querái
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Apenas concluía el duque esta reco
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usca su mugor ahogada. Al llegar al
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— 02 — .-sNada mas sencillo, se
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— 64 — —Bien: ya veo de aquí
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— 68 — en el juego de polola, y
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— 68 — con la ¡iloa do prosegu
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— 70 — La Mole reflexionó ento
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— 72 — llevaba en el bolsillo,
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— 74 — No estaba ya mus que á
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— 76 — en la cámara do la rein
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La Molo dudó un momento, apretando
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— 80 — —Si, dijo de Mouy, lo
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— 82 — —Por dónde viene? —
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—Soy muy feliz, sonora, al hallar
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Page 601 and 602: — 12 — —¿De ese ricacho, de
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Page 609 and 610: — 20 — —T.a costumbre? —Si;
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Page 615 and 616: —Todo lo contraído, me agrada ma
Page 617 and 618: — 28 — —Sí. señor, persisto
Page 619 and 620: — 30 — —La aguja simulaba una
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Page 625 and 626: — 36 — «En consecuencia de lo
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— 74 — La duquesa de Novors, re
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_ 76 — — [Cuidarlo! ved que ten
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su cuerpo manaba un sudor rojizo; s
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— 80 — ¡^Quiero hablará mi he
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CAPITULO VIH. La plataforma del tor
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— 88 — —¿Y no las adivináis
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— 90 — sionnr, señor,!, y he r
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CAPITULO IX. La Regencia. YA empeza
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— 94 — —Sí, sí, tienes raz
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—¡Oh! esclamó Enrique con los o
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llanuras, Enrique, y por consiguien
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_ loo — hijos, cosn muy sensible
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— 108 — tac?, y tendiendo los b
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— 110 — —¡Está aquí! escla
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— 112 — halla coa un pisaverde
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— 114 — —No, pero tiene un en
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— — —Ahora me toca á mí ese
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— 11S — iban por la calle de la
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— 120 — Y efectivamente, Enriqu
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LOS BAÑOS DE ALBANO- I. Dos hombre
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Piamonte.... quellegaria á ser poe
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_ 7 — Otro suspiro y un ligero mo
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adelantó con viveza, colocándose
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husaba? ¿Me lo hubieseis siquiera
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á ia chimenea — 35 — como para
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— 37 — podría pedirle una sati
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— 41 — era tal su situación, q
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