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par de millas a la redonda (salvo un viejo operario cansino y sordo como una tapia y un granjero que<br />

aparecía a veces en un Ford destartalado para vender huevos en el campamento, como todos los<br />

granjeros). Todas las mañanas, pues, oh lector mío, los tres niños tomaban un atajo a través del inocente y<br />

hermoso bosquecito, vibrante de todos los emblemas de la juventud, rocío, cantos de pájaros, y en un<br />

lugar determinado, entre el profuso sotobosque, Lo oficiaba de centinela mientras Bárbara y el<br />

muchachito se abrazaban tras un matorral.<br />

Al principio, Lo se negó a «probar cómo era la cosa», pero la curiosidad y la camaradería<br />

prevalecieron, y muy pronto ella y Bárbara lo hicieron sucesivamente con el silencioso, rudo y tosco<br />

aunque infatigable Charlie, que tenía tanto atractivo como una zanahoria cruda. Si bien admitía que era<br />

«bastante divertido» y «bueno para la piel», me alegra decir que Lolita tenía el mayor desdén por las<br />

maneras y la mentalidad de Charlie. Por lo demás, su temperamento no había sido excitado por ese<br />

asqueroso demonio. Al contrario, creo que lo había embotado, a pesar de lo «divertido» de la cosa.<br />

Ya estaban a punto de dar las diez. Al mermar mi deseo, una pálida sensación de horror suscitada por<br />

la opacidad real de un gris día neurálgico se apoderó de mí y zumbó en mis sienes. Tostada, desnuda,<br />

frágil, Lo, volviendo hacia el espejo su cara demacrada, se irguió con los brazos en jarra, los pies<br />

(calzados en zapatillas nuevas con ribete de marabú) apartados, y a través de la cortina de su pelo se<br />

dirigió a sí misma una mueca vulgar. Del corredor llegaron las voces arrulladoras de las criadas de<br />

color, y al fin hubo un débil intento de abrir nuestra puerta. Indiqué a Lo que entrara en el cuarto de baño<br />

y se diera el baño que necesitaba tanto. La cara era una mescolanza espantosa, con detalles de papas<br />

fritas. Lo se probó un deux-pièces marinero de lana, después una blusa sin mangas con una falda de<br />

mucho vuelo, a cuadros; pero el primer conjunto le iba demasiado apretado y el segundo demasiado<br />

amplio, y cuando le supliqué que se diera prisa (la situación empezaba a asustarme), Lo arrojó<br />

perversamente a un rincón hermosos regalos míos, y se puso el vestido del día anterior. Cuando al fin<br />

estuvo lista, le di un bolso nuevo de imitación becerro (en el cual había deslizado unas monedas) y le<br />

dije que se comprara una revista en el vestíbulo.<br />

—Bajaré en un minuto –le dije–. Y en tu lugar, querida, yo no hablaría con extraños.<br />

Salvo mis pobres regalitos, no había demasiado que empacar; pero estaba obligado a consagrar una<br />

peligrosa cantidad de tiempo (¿qué tramaría Lo abajo) arreglando la cama de manera que sugiriera el<br />

nido abandonado de un padre inquieto y su hija traviesa, en vez del saturnal de un ex-convicto con una<br />

pareja de viejas gordas rameras. Después acabé de vestirme y llamé al botones canoso para que se<br />

llevara las valijas.<br />

Todo andaba bien. Allí, en el vestíbulo, Lolita estaba sumergida en un sillón rojo-sangre, sumergida<br />

en una espeluznante revista cinematográfica. Un individuo de mi edad, con traje de tweed (el genre del<br />

hotel se había transformado en el curso de la noche en una espuria atmósfera de señores provincianos),<br />

observaba a Lolita por encima de su cigarro y su diario viejo. Lolita llevaba sus calcetines blancos y<br />

profesionales y sus zapatos deportivos y ese llamativo vestido rosa de escote cuadrado. Una salpicadura<br />

de luz exánime destacaba el dorado de sus piernas y brazos tostados. Allí estaba, con las piernas<br />

descuidadamente cruzadas, corriendo las líneas y pestañeando de cuando en cuando. La mujer de Bill lo<br />

había adorado mucho antes de que se conocieran: en realidad, ella admiraba en secreto al famoso joven<br />

actor cuando lo veía comer helados en la confitería del Schowb. Nada podía ser más infantil que su nariz<br />

respingada, su cara pecosa o la mancha púrpura en el cuello (donde había banqueteado un vampiro), o el<br />

movimiento inconsciente de su lengua explorando una franja rosada en torno a sus labios hinchados. Nada

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