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una bebida, y sus mejillas se ahuecaban vigorosamente sobre la pajilla, y el interior del automóvil se<br />
había convertido en un horno cuando volvíamos a él, y el camino ondulaba al frente, mientras un<br />
automóvil remoto alteraba su forma en el espejismo de la superficie y parecía pender durante un instante,<br />
anticuado, cuadrado y alto, en el halo ardiente. Y mientras avanzábamos hacia el oeste, aparecían<br />
macizos de lo que el hombre de la estación de servicio llamaba «artemisas», y después la misteriosa<br />
silueta de colinas parecidas a mesas, y después rocas escarpadas como chorreadas de tintas, con<br />
juníperos, y después una cadena montañosa, de un castaño que iba graduándose hasta el azul, y desde el<br />
azul hasta el sueño, y él desierto salía a nuestro encuentro con un viento firme, y polvo, y grises arbustos<br />
espinosos, y horribles pedazos de papel de seda que pretendían ser flores pálidas entre las espinas de<br />
troncos marchitos, torturados por el viento, a lo largo de la carretera, en medio de la cual se estacionaban<br />
a veces simples vacas, inmovilizadas en una posición (cola a la izquierda... ojos de pestañas blancas a la<br />
derecha) que interrumpían todas las reglas humanas del tránsito.<br />
Mi abogado ha sugerido que dé un informe preciso y franco del itinerario que seguimos, y supongo<br />
que he llegado aquí a un punto en que no puedo evitar esa faena. En líneas generales, durante ese año de<br />
locura (agosto de 1947 - agosto de 1948) nuestra marcha empezó con una serie de rodeos y espirales en<br />
Nueva Inglaterra, después de lo cual serpenteamos hacia el sur, arriba y abajo, hacia el este y el oeste;<br />
nos hundimos en ce qu'on appelle Dixieland, evitamos Florida porque los Farlow estaban allí, viramos<br />
al oeste, zigzagueamos a través de cintas de algodón y maíz (me temo que esto no sea demasiado claro,<br />
Clarence, pero no he tomado notas y sólo tengo a mi disposición, para cotejar con él estos recuerdos, un<br />
libro de viajes atrozmente mutilado, en tres volúmenes, casi un símbolo de mi pasado desgarrado y<br />
androjoso); cruzamos y volvimos a cruzar las Rocosas, rodamos por desiertos donde nos azotaron los<br />
vientos, llegamos al Pacífico. Giramos al norte a través de la pálida pelusa lila de matorrales en flor<br />
junto a los caminos; alcanzamos casi la frontera canadiense, seguimos hacia el este, a través de tierras<br />
buenas y de tierras malas, de regreso a la agricultura en gran escala, evitando —a pesar de las estridentes<br />
imprecaciones de la pequeña Lo— el terruño natal de la pequeña Lo, en un área productora de maíz,<br />
carbón y cerdos, y por fin retornamos al repliegue del este, desembocando en la ciudad escolar de<br />
Beardsley.