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la devolución espasmódica, no estaba relacionada de algún modo, en la mente del destino, con mi invento<br />

de esa excursión antes de saber que era real.<br />

¿Qué pasó luego Me dirigí hacia el centro de Parkington y pasé toda la tarde (había aclarado, la<br />

ciudad parecía de plata y vidrio) comprando cosas hermosas para Lo. ¡Dios santo, qué absurdas<br />

adquisiciones hizo la predilección que Humbert tenía en esos días por las telas vivas, las puntillas, los<br />

pliegues suaves, las faldas generosamente acampanadas! Oh, Lolita, tú eres mi niña, así como Virginia<br />

fue la de Poe y Beatriz la de Dante. ¿Y a qué niña no le gusta girar en una falda circular «¿Busca algo<br />

especial», me preguntaban voces melosas. «¿Trajes de baño Los tenemos de todos los tonos: rosasueño,<br />

malva-bellota, rojo-tulipán, negro-carbón. ¿Un traje de gimnasia ¿Una falda-pantalón» No. Lola<br />

y yo odiábamos las faldas-pantalón. Una de mis guías en esas cuestiones fue una anotación<br />

antropométrica hecha por la madre de Lo en su duodécimo cumpleaños –el lector recordará ese libro<br />

sobre niños–. Yo tenía la sensación de que Charlotte, movida por oscuros motivos de envidia y desamor,<br />

había agregado una pulgada aquí y allá. Pero como la nínfula habría crecido, sin duda, en los últimos<br />

siete meses, podía aceptar con seguridad casi todas esas medidas de enero: caderas, de cresta a cresta,<br />

apenas 73 centímetros, quizá menos; circunferencia del muslo, 43; cintura, 58; pecho, 68; cuello, 28;<br />

altura, 1 m. 48; peso, 38 kilos; cociente de inteligencia, 121; apéndice vermiforme presente, gracias a<br />

Dios.<br />

Además de esas medidas, yo podía desde luego, visualizar a Lolita con alucinante lucidez; y como<br />

persistía en mí una comezón en el sitio exacto, sobre mi esternón, adonde había llegado una o dos veces<br />

su sedosa cabellera, y sentía su tibio peso sobre mi regazo (de modo que siempre sentía en mí a Lolita,<br />

así como una mujer siente su embarazo [2] no me sorprendió descubrir después que mi cálculo había sido<br />

más o menos correcto.<br />

Por otra parte, había examinado detenidamente las páginas de un libro de ventas para el verano y<br />

revisaba con aire de gran conocedor los diversos y hermosos artículos, zapatos deportivos, escarpines de<br />

cabritilla flexible para niñas flexibles [3] . La pintada muchacha de negro que asistía a todas esas urgentes<br />

necesidades mías traducía la erudición y la precisa descripción paternal en eufemismos comerciales tales<br />

como «petite». Otra mujer, mucho mayor, vestida de blanco, de espeso maquillaje, parecía curiosamente<br />

impresionada por mi conocimiento de las modas infantiles; quizá tuviera yo una enana por amante. Así,<br />

cuando me mostraron una falda con dos «bonitos» bolsillos al frente, dirigí intencionadamente una<br />

candorosa pregunta masculina y fui retribuido con una demostración acerca de cómo se abría el cierre<br />

relámpago, en la parte trasera. Me divertí mucho con todas esas compras: minúsculas Lolitas fantasmales<br />

bailaban, caían, volaban como mariposas sobre el escaparate. Completé el encargo con un pijama de<br />

algodón de estilo carnicero. Humbert, el carnicero.<br />

Hay algo de mitológico y de encantador en esas grandes tiendas, donde, según los anuncios, una<br />

empleada puede adquirir un guardarropa completo para su oficina y su hermanita puede soñar con el día<br />

en que su jersey de lana hará babear a los muchachones al fondo de la clase. Figuras de niños (tamaño<br />

natural) con narices respingadas y caras pardas, verdosas, pecosas, faunescas, flotaban a mi alrededor.<br />

Advertí que era el único comprador en ese lugar más bien feérico donde me movía como un pez, en un<br />

acuario glauco. Sentí que extraños pensamientos se formaban en la mente de las lánguidas damas que me<br />

escoltaban de escaparate en escaparate, desde la orilla rocosa a las algas marinas, y los cinturones y<br />

brazaletes que escogí parecían caer de manos de sirenas en el agua transparente. Compré una valija<br />

elegante, puse en ella el resto de las adquisiciones y partí hacia el hotel más cercano, satisfecho de mi

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