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durante la aprobación del Acta de Niños y Jóvenes en 1933, se definió el término «niña» como «criatura<br />
que tiene más de ocho años, pero menos de catorce» (después de lo cual, desde los catorce años hasta los<br />
diecisiete, la definición estatuida es «joven»). Por otro lado, en Massachussetts, EEUU, un «niño<br />
descarriado» es, técnicamente, un ser «entre los siete y los diecisiete años de edad» (que, además, se<br />
asocia habitualmente con personas viciosas e inmorales). Hugh Broughton, escritor polemista del reinado<br />
de Jaime I, probó que Rahab era una prostituta desde temprana edad. Esto es muy interesante y me<br />
atrevería a suponer que ya están ustedes viéndome al borde de una crisis y echando espuma por la boca.<br />
Pero no, no es así; sólo barajo encantadoras posibilidades en un mazo de naipes. Tengo algunas otras<br />
imágenes. Aquí está Virgilio, que pudo cantar a la nínfula con un tono único, pero quizá prefería otra<br />
cosa... Allí, dos de las hijas pre-núbiles del rey Akenatón y la reina Nefertiti (la pareja real tenía una<br />
progenie de seis), con muchos collares de cuentas brillantes por todo atavío, abandonadas sobre<br />
almohadones, intactas después de tres mil años, con sus suaves cuerpos morenos de cachorros, el pelo<br />
corto, los alargados ojos de ébano... Más allá, algunas novias forzadas a sentarse en el fascinum, marfil<br />
de los templos del saber clásico. El matrimonio antes de la pubertad no es raro, aun en nuestros días, en<br />
algunas provincias de la India oriental. Después de todo, Dante se enamoró perdidamente de su Beatriz<br />
cuando tenía ella nueve años, una chiquilla rutilante, pintada y encantadora, enjoyada, con un vestido<br />
carmesí... y eso era en 1274, en Florencia, durante una fiesta privada en el alegre mes de mayo. Y cuando<br />
Petrarca se enamoró locamente de su Laura, ella era una nínfula rubia de doce años que corría con el<br />
viento, con el polen, con el polvo, una flor dorada huyendo por la hermosa planicie al pie del Vaucluse.<br />
Pero seamos decorosos y civilizados, Humbert Humbert hacía todo lo posible por ser correcto. Y lo<br />
era de veras, genuinamente. Tenía el más profundo respeto por las niñas ordinarias, con su pureza y<br />
vulnerabilidad, y bajo ninguna circunstancia habría perturbado la inocencia de una criatura de haber el<br />
menor riesgo de alboroto. Pero cómo latía su corazón cuando vislumbraba entre el montón inocente a una<br />
niña demoníaca, «enfant charmante et fourbe», de ojos turbios, labios brillantes, diez años<br />
encarcelados, no bien le demostraba uno que estaba mirándola. Así pasaba la vida. Humbert era<br />
perfectamente capaz de tener relaciones con Eva, pero suspiraba por Lilith. El desarrollo del seno<br />
aparece tempranamente después de los cambios somáticos que acompañan la pubescencia. Y el índice<br />
inmediato de maduración asequible es la aparición de pelo. Mi mazo de naipes se estremece de<br />
posibilidades... Un naufragio. Un atoll y en su soledad, la temblorosa hija de un pasajero ahogado.<br />
¡Querida, éste es sólo un juego! Qué maravillosas eran mis aventuras imaginarias mientras permanecía<br />
sentado en el duro banco de un parque fingiendo sumergirme en un trémulo libro. Alrededor del quieto<br />
estudioso jugaban libremente las nínfulas, como si él hubiera sido una estatua familiar o parte de la<br />
sombra y el lustre de un viejo árbol. Una vez, una niña de perfecta belleza con delantal de tarlatán, apoyó<br />
con estrépito su pie pesadamente armado a mi lado, sobre el banco, para deslizar sobre mí sus delgados<br />
brazos desnudos y ajustar la correa de su patín, y yo me diluí en el sol, con mi libro como hoja de<br />
higuera, mientras sus rizos castaños caían sobre su rodilla despellejada, y la sombra de las hojas que yo<br />
compartía latía y se disolvía en su pierna radiante, junto a mi mejilla camaleónica. Otra vez, una pelirroja<br />
se asió de la correa en el subterráneo y una revelación de rubio vello axilar quedó en mi sangre durante<br />
semanas. Podría enumerar una larga serie de esas diminutas aventuras unilaterales. Muchas acababan en<br />
un intenso sabor de infierno. Ocurría, por ejemplo, que desde mi balcón distinguía una ventana iluminada<br />
a través de la calle y lo que parecía una nínfula en el acto de desvestirse ante un espejo cómplice. Así