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entero, los fuertes puños eran mucho, mucho más finos que los míos: he dañado a demasiados cuerpos con<br />
mis pobres manos retorcidas para enorgullecerme de ellas. Epítetos franceses, nudillos de un campesino<br />
de Dorset, puntas de los dedos chatas de sastre austríaco: eso es Humbert Humbert.<br />
Bueno. Si él callaba, también podía callar yo. En verdad, no me hacía poca falta ese breve descanso<br />
en la mecedora desvencijada, aterrada por mi peso, antes de acudir a la guarida de la bestia y retirar el<br />
prepucio de la pistola y gozar con el orgasmo de una alimaña aplastada: yo era siempre un buen discípulo<br />
del doctor vienés. Pero de pronto sentí lástima por Dick al que de algún modo hipnótico impedía hacer la<br />
única observación que podía ocurrírsele («Es una buena chica»... )<br />
—¿De modo que se van ustedes al Canadá —dije.<br />
En la cocina, Dolly reía por algo que Bill había dicho o hecho.<br />
—¿De modo —aullé— que se van ustedes al Canadá No, al Canadá no... — volví a aullar—.<br />
Quiero decir a Alaska.<br />
Dick amamantó su vaso y asintiendo cortésmente, contestó:<br />
—Bueno, supongo que se cortó con la lata mellada. Perdió el brazo derecho en Italia.<br />
Una malva encantadora entre los árboles en flor. Un brazo superrealista colgando entre el encaje<br />
malva. Una muchacha tatuada en una mano. Dolly y Bill, vendado, reaparecieron. Se me ocurrió que la<br />
belleza pálida, ambigua de Lo, excitaba al manco. Con una mueca de alivio, Dick se puso de pie,<br />
imaginaba que era mejor que él y Bill acabaran de fijar esos alambres. Imaginaba que el señor Haze y<br />
Dolly tenían montones de cosas que decirse. Imaginaba que me vería antes de que marchara. ¿Por qué<br />
imaginan tantas cosas esos tipos y se afeitan tan poco y desdeñan a tal punto los aparatos para sordos<br />
—Siéntate —dijo Dolly, golpeándose audiblemente con las manos las caderas.<br />
Volví a caer en la mecedora negra.<br />
—¿De modo que me traicionaste ¿A dónde fuiste ¿Dónde está él ahora<br />
Tomó una fotografía cóncava y brillante que había sobre la repisa del hogar. Una vieja de blanco,<br />
corpulenta, sonriendo, de piernas combadas y vestido muy corto; un viejo en mangas de camisa, bigote<br />
largo, cadena de reloj. Sus padres políticos. Vivían con la familia del hermano de Dick, en Juneau.<br />
¿De veras no quieres fumar<br />
Ella, por su parte, encendió un cigarrillo. Era la primera vez que la veía fumar. Streng verboten bajo<br />
Humbert el Terrible. Airosamente, envuelta en un vaho azulino, Charlotte Haze surgió de su tumba. Ya lo<br />
encontraría por medio del tío Ivory, [19] si ella se negaba a decírmelo...<br />
—¿Si te he traicionado No.<br />
Arrojó la ceniza de su cigarrillo, con un rápido golpe del índice, hacia el hogar, exactamente como<br />
solía hacerlo su madre. Y después, como su madre, oh Dios mío, se quitó con la uña un fragmento de<br />
papel de cigarrillo pegado en el labio. No. No me había traicionado. Yo estaba entre sus amigos. Edusa<br />
le había advertido que a Cue le gustaban las niñas, que había estado a punto de estar preso, en verdad<br />
(encantadora verdad), y que él sabía que ella lo sabía... Sí... El codo en la palma de una mano, una<br />
sonrisa, el humo exhalado, la ceniza hacia el hogar. Pálidas reminiscencias. Él —una sonrisa— lo sabía<br />
todo sobre cada uno y cada cosa, porque no era como tú ni como yo, era un genio. Un gran tipo. Muy<br />
divertido. Se había doblado de risa cuando ella le confesó su historia conmigo, y dijo que ya lo había<br />
previsto. Dadas las circunstancias, no había ningún peligro en decirle...<br />
Con que Cue... [20] Todos los días Cue...<br />
Su campamento, hacía cinco años. Curiosa coincidencia... La llevó a un rancho formidable, a un día