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cuidadosamente a mi sucio compinche en la cocina provista de un bar. Tuve la precaución de no dejar<br />
manchas de aceite sobre el cromado: creo que compré un producto malo, negro y terriblemente pegajoso.<br />
Con mi habitual minuciosidad, trasladé a mi compinche a un lugar limpio de mi persona y me dirigí hacia<br />
el pequeño boudoir. Mis pasos, como he dicho, eran elásticos —demasiado, quizá, para asegurarme el<br />
éxito. Pero mi corazón latía con fiero gozo, y pisé un vaso sobre la alfombra.<br />
El amo me vio en la sala oriental.<br />
—¡Eh! ¿Quién es usted —me preguntó con voz fuerte y vulgar, metidas las manos en los bolsillos de<br />
la bata—. ¿Es usted Brewster, por casualidad<br />
Era evidente que estaba mareado y completamente a mi merced, si podía emplearse esa expresión.<br />
Me felicité.<br />
—Eso es... —respondí suavemente—. Je suis monsieur Brustière. Charlemos un momento antes de<br />
empezar.<br />
Pareció complicado. El bigotillo color hollín se le crispó. Me quité el impermeable. Tenía puesto un<br />
traje oscuro, una camisa negra. No llevaba corbata. Nos sentamos en sendos sillones.<br />
—¿Sabe —me dijo, rascándose con fuerza la mejilla gris, carnuda y arenosa, y mostrando sus<br />
dientes menudos y perlados en una mueca torva—. Usted no se parece a Jack Brewster. Quiero decir que<br />
el parecido no es muy evidente... Alguien me dijo que él tenía un hermano en la misma compañía<br />
telefónica.<br />
Haberlo atrapado, después de todos esos años de arrepentimiento y furor... Mirar los pelos negros en<br />
el dorso de sus manos regordetas... Errar con cien ojos sobre sus sedas purpúreas y el pecho hirsuto,<br />
previendo los agujeros... Saber que ese canalla semianimado, infrahumano, era el que había sodomizado<br />
a mi amada... ¡Oh, amada mía, ésa era una bendición suprema!<br />
—No, lo siento, pero no soy ninguno de los Brewster.<br />
Sacudió la cabeza, aún más complacido que antes.<br />
—Adivine de nuevo, muchacho.<br />
—Ah, conque no ha venido usted a fastidiarme acerca de esas llamadas de larga distancia... —dijo el<br />
muchacho.<br />
—Lo hace usted de cuando en cuando. ¿No es cierto<br />
—¿Cómo<br />
Dije que había dicho que había pensado que él había dicho que nunca había...<br />
—La gente —dijo—, la gente en general... No lo acuso a usted, Brewster, pero, ¿sabe usted, es<br />
absurdo cómo la gente invade esta maldita casa sin tomarse siquiera el trabajo de llamar. Usan vaterre,<br />
usan la cocina, usan el teléfono, Phil llama a Filadelfia, Pat llama a la Patagonia... Me niego a pagar.<br />
Tiene usted un acento curioso, capitán.<br />
—Quilty —dije—. ¿Se acuerda usted de una niña llamada Dolores, Haze, Dolly Haze ¿Llamó Dolly<br />
a Dolores, en Colorado<br />
—Claro... debió hacer esa llamada, sin duda... A cualquier lugar. Paraíso, Washington, Cañón del<br />
Infierno... ¿A quién le importa<br />
—A mí, Quilty. ¿Sabe usted Soy su padre.<br />
—¡Ridículo! Qué va usted a ser... —dijo—. Usted es algún agente literario extranjero. Un francés<br />
tradujo una vez mi Carne altiva por la Fierté de la Chair. Absurdo.<br />
—Era mi hija, Quilty.