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un resoplido de perro viejo seguido de una especie de gargarismo que agitaba sus carrillos. Al fin<br />

levantaba sus cejas circunflejas con un profundo suspiro cuando yo le indicaba que él mismo estaba en<br />

jaque.<br />

A veces, sentados ambos en mi frío estudio, oíamos las pies descalzos de Lo que practicaba técnicas<br />

de danza en la sala, en la planta baja. Pero los sentidos de Gastón estaban cómodamente embotados, y<br />

permanecía ignorante de esos ritmos desnudos... y uno... y dos... y uno... y dos... el peso sobre una tensa<br />

pierna derecha, la otra extendida al costado y uno... y dos... Y sólo cuando Lo empezaba a saltar,<br />

abriendo las piernas en mitad de su salto, y flexionaba una pierna, y extendía la otra, y volaba, y<br />

aterrizaba sobre sus pulgares, sólo entonces mi pálido, ceñudo, pomposo adversario, sacudía la cabeza o<br />

los carrillos como confundiendo esos ruidos distantes con las terribles estocadas de mi formidable reina.<br />

A veces Lo entraba en el cuarto mientras nosotros estudiábamos el tablero, y cada vez era un placer ver a<br />

Gastón con sus ojos de elefante aún fijos en sus piezas, ponerse ceremoniosamente de pie para darle la<br />

mano, soltar sus suaves dedos y, sin mirarla siquiera una vez, descender de nuevo a su silla para caer en<br />

la trampa que yo le había preparado. Poco antes de Navidad, un día en que reapareció al cabo de medio<br />

mes, me preguntó: «Et toutes vos fillettes, elles vont bien», de lo cual deduje que había multiplicado a<br />

mi única Lo por el número de categorías de vestimenta que sus ojos preocupados y bajos habían<br />

registrado durante una serie de apariciones: blue jeans, una falda, pantalones cortos, una bata acolchada.<br />

Me disgusta demorarme tanto acerca de ese pobre tipo (cosa triste: un año después de un viaje a<br />

Europa del que no volvió, se vio mezclado en una sale histoire, nada menos que en Nápoles). Apenas<br />

habría aludido a él, de no haber estado su existencia en Beardsley curiosamente relacionada conmigo. Lo<br />

necesitaba para mi defensa. Era yo quien necesitaba a ese tipo desprovisto de todo talento, ese profesor<br />

mediocre, ese estudioso sin valor, ese viejo gordo invertido y displicente, desdeñoso del modo de vida<br />

norteamericano, triunfalmente ignorante del idioma inglés, aclamado por los viejos y acariciado por los<br />

jóvenes, que lo pasaba muy bien y embaucaba a todo el mundo.

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