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avivadas por mi fantasía y mi dolor), pero era evidente que no tenía a su campeona de tenis en la costa<br />

del Pacífico. Una noche, durante nuestro viaje de regreso al este en un hotel horrible de esos donde se<br />

reúnen las convenciones y vagabundean hombres gordos y rosados con distintivos, llenos de apellidos, de<br />

borrachos, de conversaciones sobre negocios, Rita y yo nos despertamos para encontrar un tercer hombre<br />

en nuestro cuarto: era un joven rubio, casi albino, de pestañas blancas y grandes orejas transparentes, a<br />

quien ni Rita ni yo recordábamos haber visto en nuestras tristes vidas. Sudoroso, con una espesa camiseta<br />

pringada y viejos zapatos de soldado, roncaba en nuestra cama doble junto a mi casta Rita. Le faltaba un<br />

diente delante y tenía en la frente pústulas ambarinas. Ritoschka envolvió en su impermeable –lo primero<br />

que encontró a mano– su sinuosa desnudez; yo me puse un par de calzoncillos. Se habían usado cinco<br />

vasos, lo cual suministraba una dificultosa abundancia de pistas. En el suelo, un sweater y un par de<br />

pantalones raídos color canela. Sacudimos a su poseedor hasta volverlo plenamente consciente. Tenía<br />

una amnesia total. Con un acento que Rita reconoció como puramente brooklyniano, insinuó ceñudamente<br />

que alguien había hurtado su poca valiosa identidad. Lo metimos en sus ropas y lo dejamos en el hospital<br />

más cercano; mientras tanto, pudimos advertir que después de olvidados vagabundeos, estábamos en<br />

Grainball. Medio año después, Rita escribió al doctor para pedirle noticias. Jack Hubertson, como lo<br />

habíamos apodado con escaso ingenio, seguía aislado de su pasado personal. ¡Oh, Mnémosine, la más<br />

dulce y malévola de las musas!<br />

No habría mencionado este incidente de no haber iniciado una serie de ideas que fructificaron con la<br />

publicación (en la Cantrip Review) de mi ensayo Mimir and Memory, en el cual entre otros pormenores<br />

que parecieron originales e importantes a los benévolos lectores de esa espléndida publicación, sugería<br />

una teoría de tiempo perpetuo, basada en la circulación de la sangre y conceptualmente basada (para<br />

llenar la cáscara) en la hipótesis de que la mente no es consciente sólo de la materia sino de su propio<br />

ser, creando así un circuito continuo entre dos polos: el futuro almacenable y el pasado almacenado.<br />

Como resultado de esa aventura –y como culminación de mis travaux previos– fui llamado a Nueva<br />

York, donde Rita y yo vivíamos en un pisillo con vista a radiantes niñas que tomaban baños de sol en una<br />

glorieta de Central Park, por el Cantrip College, a cuatro millas, para dictar un curso de un año. Vivimos<br />

en el colegio, en apartamientos especiales para poetas y filósofos, desde septiembre de 1951 hasta junio<br />

de 1952, mientras Rita, a la cual preferí no exhibir, vegetaba –me temo que no muy decorosamente– en un<br />

hotel junto a la carretera, donde la visitaba dos veces por semana. Al fin se esfumó, de manera mucho<br />

más humana que su predecesora: un mes después la encontré en la cárcel local, estaba trés digne, le<br />

habían extirpado el apéndice y se las compuso para convencerme de que las hermosas pieles azuladas<br />

que la acusaban de haber robado al señor Roland MacCrum habían sido un regalo espontáneo, si bien<br />

algo alcohólico, del propio Roland. Conseguí sacarla sin recurrir a su susceptible hermano, y poco<br />

después regresamos a Central Park West, vía Briceland, donde nos habíamos detenido durante algunas<br />

horas del año anterior.<br />

Se había apoderado de mí una curiosa ansiedad de revivir mi estadía allí con Lolita. Entraba en una<br />

etapa de existencia en la cual abandonaba toda esperanza de alcanzar a su raptor y a ella misma. Ahora<br />

intentaba volver a lugares conocidos, a fin de salvar lo que aún podía salvarse en el sentido de souvenir,<br />

souvenir, que me veux-tu El otoño vibraba en el aire. Un pedido de cama doble que el profesor<br />

Hamburg envió por correo obtuvo por respuesta una expresión de regret. El lugar estaba colmado. Sólo<br />

tenían un cuarto en el sótano, sin baño, con cuatro camas que, pensaban, yo no necesitaría. La nota estaba<br />

encabezada así:

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