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muchas, puesto que presiento que ando a tientas en una niebla fronteriza donde fantasmas verbales se<br />
convierten quizá en turistas reales. ¿Quién era «Johnny Randal, Ramble, Ohio» ¿O era una persona de<br />
verdad que tenía una caligrafía similar al autor de «N. S. Aristoff, Catagela, N. Y.» ¿Qué era eso de<br />
«Catagela» ¿Y cómo se explicaba «James Mayor Morell, Hoaxton, Inglaterra», «Aristófanes»,<br />
«hoax»... [13] eso estaba claro, pero, ¿qué era lo que no comprendía<br />
Había en toda esa seudonimia una tensión que me provocaba palpitaciones especialmente dolorosas.<br />
Cosas como «G. Trapp, Geneva, N. Y.», demostraban la traición de Lolita. «Aubrey Beardsley,<br />
Quelquepart Island» sugerían más lúcidamente que el mensaje telefónico que los comienzos de la<br />
aventura debían situarse en el este. «Lucas Picador, Merrymay, Pa.», insinuaba que mi Carmen habían<br />
revelado mi patético sentimentalismo al impostor. Horriblemente cruel, por cierto, era «Will Brown,<br />
Dolores, Colo.». El lúgubre «Harold Haze, Tombstone, Arizona» (que en otras épocas habría suscitado<br />
mi sentido del humor) sugería una familiaridad con el pasado de la niña e insinuaba como en una<br />
pesadilla que mi presa era un amigo de la familia, quizá un antiguo amor de Charlotte, quizá un<br />
«enderezador de entuertos» («Donald Quix, Sierra, Ne.»).<br />
Pero el dardo más punzante fue el anagrama anotado en el registro de «El Castaño»: «Ted Hunter,<br />
Cane, N. H.». [14]<br />
Los números de las chapas de automóviles garabateados por todos esos Personajes y Orgon y Morrel<br />
y Trapp sólo me confirmaron que los encargados de los alojamientos omiten verificar si los automóviles<br />
de sus huéspedes están correctamente registrados. Desde luego, las referencias –indicadas de manera<br />
incompleta o incorrecta– a los automóviles alquilados por el demonio para sus etapas entre Wace y<br />
Elphinstone eran inútiles. El número del rojo inicial era un rompecabezas de números traspuestos,<br />
omitidos o alterados, pero formando combinaciones con referencias mutuas (tales como «WS 1564» y<br />
«SH 1616» y «Q 32888» y «CU 883222»), tan hábilmente urdidas que casi nunca revelaban un común<br />
denominador.<br />
Se me ocurrió que después de entregar aquel convertible a cómplices suyos, en Wace, algún sucesor<br />
pudo ser menos cuidadoso e inscribir en la administración de algún hotel el arquetipo de esas cifras<br />
correlacionadas. Pero si localizar al demonio a lo largo de un camino que, según me constaba, había<br />
atravesado, era cosa tan vaga y estéril, ¿cómo rastrear a conductores desconocidos que habían viajado<br />
por caminos desconocidos