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gueses, de modo que su dominación, a pesar de sus grandes y<br />
progresistas ideas, fue adquiriendo un carácter cada vez más<br />
siniestro y a la vez servil. Los sentimientos ambivalentes de las<br />
masas hacia aquellos caudillos, a los que en un primer momento<br />
solían seguir con entusiasmo, han vuelto siempre a generarse<br />
en la historia posterior. Sobre todo en las situaciones en que<br />
los fines burgueses perseguidos por los caudillos sobrepasaban<br />
decididamente lo que las fuerzas sociales permitían alcanzar<br />
en ese momento, ha sido fácil separar del caudillo a las masas,<br />
que no estaban ligadas a él por conocimiento, sino solo por<br />
profundos lazos afectivos. Apenas el fracaso se hizo claramente<br />
notorio —^lo cual volvía extremadamente gravoso el aparato<br />
dictatorial—, ese fracaso pudo romper rápidamente el hechizo<br />
que rodeaba a la victoriosa persona del caudillo, que había sido<br />
elevada hasta lo sobrehumano. La conducta de las masas en<br />
la caída de Rienzo, Savonarola, los hermanos de Witt, Robespierre<br />
y muchos otros endiosados tribunos populares, ilustra<br />
esta crueldad históricamente activa a que nos referimos.<br />
La importancia de los símbolos aparece a toda luz en esta temprana<br />
rebelión burguesa de Rienzo. Es significativo el valor que<br />
él asignaba a su vestimenta y a su séquito. «Cuando en la fiesta<br />
de San Pedro y San Pablo concurría a la catedral, iba sobre<br />
un soberbio corcel de batalla, en traje de terciopelo verde y<br />
amarillo, con un cetro de acero reluciente en la mano, rodeado<br />
de cincuenta lanceros; un romano sostenía la bandera con su<br />
escudo por encima de su cabeza, otro lo precedía llevando la<br />
espada de la justicia; un caballero arrojaba dinero al pueblo,<br />
mientras una procesión festiva de cavalerotti y funcionarios del<br />
Capitolio, miembros del popólo y nobles iba delante o detrás<br />
de él; trompetistas tocaban en instrumentos de plata y musicantes<br />
hacían sonar pequeños timbales plateados. En las gradas<br />
de San Pedro las autoridades eclesiásticas saludaban al dictador<br />
de Roma, cantando, incluso, el Veni Creator Spiritus».^^ En<br />
términos similares a los de la primera biografía, crónicas posteriores<br />
relatan cómo retornó a Roma después de su campaña<br />
contra los barones, para encontrarse allí con el legado papal.<br />
>«Cabalgó con su cohorte hasta San Pedro, allí tomó de la sacristía<br />
la valiosa dalmática bordada en perlas que vestían los<br />
emperadores alemanes en su coronación y se la puso sobre la<br />
armadura. Así, llevando también la corona de plata de los tribunos<br />
sobre la cabeza y el cetro en la mano, se dirigió al palacio<br />
papal, como un cesar, bajo el tronar de las trompetas, llegó<br />
33 Gregorovius, op. cit., págs, 321-33.<br />
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