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Tras la quiebra del sistema hegeliano, la concepción liberal del<br />
mundo vuelve a posesionarse del terreno, aunque sea parcialmente.<br />
Junto con la creencia en el poder de una Idea actuante<br />
en la historia, esta concepción rechazó la teoría de las estructuras<br />
trascendentes y dinámicas que ella contendría, y puso,<br />
como unidades independientes, últimas, en el curso histórico,<br />
a individuos que persiguen sus propios intereses. La concepción<br />
liberal de la historia —concepción con rasgos propios del<br />
sentido común— es, en su esencia, psicológica. Los individuos,<br />
con sus eternos instintos sólidamente arraigados en su naturaleza,<br />
ya no son solo los actores inmediatos de la historia sino también<br />
las instancias últimas para la teoría del acontecer propio<br />
de la realidad social. Por cierto, el liberalismo no pudo solucionar<br />
el problema de cómo, a pesar de este caótico fundamento,<br />
la sociedad puede vivir como un todo, o, más bien, cómo<br />
su vida resulta perjudicada en forma creciente por este fundamento.<br />
El siglo xviii tenía fe en el futuro; era la fe en que<br />
los instintos de los individuos, tras la supresión de las barreras<br />
feudales, se armonizarían en la unidad de la cultura. En el<br />
liberalismo del siglo xix, esa fe se transformó en el dogma de<br />
la armonía de intereses.<br />
Por otra parte, Marx y Engels aceptaron la dialéctica, pero<br />
con un sentido materialista. Con ello se mantuvieron fieles a<br />
la convicción hegeliana de que en el desarrollo histórico existen<br />
estructuras y tendencias supraindividuales y dinámicas; rechazaron,<br />
empero, la fe en un poder espiritual independiente<br />
que operase en la historia. Según ellos, nada es fundamento de<br />
la historia, nada se expresa en ella, que pudiera ser interpretado<br />
como sentido general, como poder unitario, como razón determinante,<br />
como telos inmanente. En su opinión, la confianza<br />
en la existencia de tal núcleo es, más bien, un complemento<br />
de la filosofía idealista, que pone todo del revés. El pensar y,<br />
por consiguiente, también los conceptos e ideas son funciones<br />
del hombre; no un poder independiente. En la historia no hay<br />
un pensamiento que todo lo penetre y que brote de sí mismo,<br />
pues no hay espíritu independiente del hombre. Los hombres,<br />
con su conciencia, son transitorios, a pesar de todo su saber,<br />
su recuerdo, su tradición y su espontaneidad, su cultura y su<br />
espíritu; nada hay que no nazca y perezca.<br />
Pero, con esto, Marx de ningún modo llega a una teoría psicologista<br />
de la historia. Según él, los hombres, históricamente<br />
actuantes, jamás pueden ser comprendidos solo desde su interior,<br />
sea desde su naturaleza o desde un fundamento ontológico<br />
que pudiera discernirse en ellos; antes bien, están sujetos<br />
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