DIALOGOS EN LA MORGUE

ahí está, ahí está, la Puerta de Alcalá; le dimos nuestro saludo
de despedida y continuamos nuestra caminata de la noche por
las calles de Madrid…yo me sentía plena y realizada; mis sensaciones
eran tan nítidas y perfectas que me maravillé de constatar
que no había alguna droga de por medio (sin contar los vodcas
que tomé en El Bar) sino mi propio estado de ánimo…al caminar
por las calles de la mano de Alejandro, sentí que las descubría
por primera vez…Madrid no tiene las fachadas de sus
edificios inundadas en luces de neón, tal como Nueva York,
donde la luz avanza en cascadas multicolores por las paredes,
dando la impresión de que ondean suavemente…las calles de
Madrid son más íntimas porque se repliegan en una atmósfera,
en verdad, negriazul; muchas veces había recorrido esas mismas
calles con mi marido, pero en esas ocasiones sólo me fijaba
en las vitrinas o dejaba vagar mi mente en otros recorridos…
pero con Alejandro, cada calle parecía mostrarme un espíritu
propio que aumentaba incesantemente mi sorpresa y el placer
de estar allí y no en otro lugar; eran calles diferentes a las que
yo había recorrido tantas veces…las que deben buscar la penumbra
para mostrarnos los secretos que los siglos han amontonado
en ellas; códigos que exigen la lectura de los libros de
historia para ser decodificados con cierta autoridad, aunque el
secreto de las calles nunca ha podido ser aprisionado por el relato
sistematizado…cada calle es una página que ha escapado de
la encuadernación del libro y que descifra su arcano sólo a la
mirada visionaria, a la que sabe ver más allá de la penumbra y
más allá de los siglos… página que exige ser leída empezando la
lectura del futuro, el único que puede comprender los vaticinios
que guardan en las noches en que la luna es exigente, sobre una
penumbra que bruñe la lucidez del poeta, en su intuición del se-
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