DIALOGOS EN LA MORGUE

los goznes, sentí que algo me empujaba suavemente para que la
traspusiera… lo hice, la penumbra fue hospitalaria y gentil al
mostrarme las formas vacilantes de unas sillas que parecían llevar
el compás de los acordes reiterados… algunas siluetas de
las sillas estaban superpuestas por siluetas de cuerpos sentados,
pero todas, sillas vacías y sillas con torsos erguidos, aunque
estaban alineadas unas detrás y al lado de otras, parecían
representar una entidad autónoma de las demás… como si no
estuvieran en un recinto donde la música cobraba materia, sino
más bien en una formación de lápidas estáticas y solitarias, pedazos
de hielo inmóviles, sorprendidos en el acto mismo de congelarse…
la música venía de un pequeño escenario donde departían
los instrumentos extraños, heraldicios en su intención de
mostrar las entrañas musicales que palpitaban azoradas o embelesadas…
uno de los miembros de la orquesta hacía vibrar,
con los labios, un papel de seda puesto sobre un peine, al que
arrancaba sonidos suaves en su dulce rispidez… otro flexionaba
un serrucho, de esos que se usan para cortar madera el que, al
ser golpeado diestramente por un pequeño martillo forrado de
gamuza, desprendía arpegios que ni las arpas de agua, agitada
por los vientos, podían hacerlo mejor… arrancaba vibraciones
de diferente frecuencia de las flexuosas ondulaciones del metal
dentado… un tercero soplaba una réplica en arcilla de un caracol
marino, cuyo sonido evocaba el espíritu mismo del mar…
había un jarro de metal del que salía un alambre cuya punta se
envolvía en una especie de clavija atornillada en un pedazo de
madera que formaba parte del instrumento… alguien usaba un
juego de ollas como batería de percusión, mientras que otro
hacía lo mismo con 7 latas de sardina, pero de diferente tamaño
y contextura… lo único que pude identificar con certeza fue
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