DIALOGOS EN LA MORGUE

glos, pudimos concebir en la descripción racional de lo hermoso.
Era mucho, mucho más; era la mujer prototipo, la que intuimos
que fuera, la que siempre intuimos que sea y, sin embargo, era
una mujer de verdad. Estaba como la noche, plena en la noche;
cadenciosa en la lluvia, pero las gotas parecían no mojarla; cadencia
tras cadencia, sus pasos fueron las fases de una luna
que nace y que muere en el mismo menguante; así fue cómo la vi
cuando salimos del lugar donde el encuentro primero marcó el
inicio vital. Ven, dijeron sus ojos; ven, ratificó su mano dirigida
a mi mano. No temas, me dijo; la noche es sólo el brillo del otro
lado de la luz; encandila de negro a las retinas acostumbradas a
la seda encandilante de lo blanco. Ella pisaba el asfalto pero yo
parecí levitar cuando sentí cómo el roce de su roce rozaba mi
piel en un encuentro de abismo con abismo, de vacío con vacío,
de nube con nube, de llama que no quema con llama que dejó de
quemar. Nunca olvidaré lo que me dijo: Tu tristeza es tan grande
que algún vórtice lejano debe sentirse débil; siendo hombre,
crees que la melancolía no debe convocar a la lágrima; tu alma,
presa del desencanto, quiere libertad y tú la encadenas en esa
rara razón de pretender encubrir con la apariencia, el dolor que
abre precipicios en la mirada ¿Acaso no has aprendido que la
melancolía es celosa, que se apodera imponente de los recuerdos,
que los separa y los segrega en campos crisoles y hace de
cada uno, la melancolía de los otros? ¿Acaso no sabes que la
melancolía es silenciosa, quita la voz a los ayeres, los convierte
en fantasmas que se retuercen en señas y que gesticulan sin
habla? ¿No has aprendido que, entonces, viene lo inconsútil, la
nostalgia, y la melancolía se vuelve lágrima?... ¿Fue ella la que
me dijo esas palabras? ¿Soñé que me las dijo? No importa; las
dijo y yo las guardo como sustento de mi propia vida. Pronto la
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