El club de los negocios raros - Chesterton
LAS EXTRAORDINARIAS AVENTURAS DEL COMANDANTE BROWN
LAS EXTRAORDINARIAS AVENTURAS DEL COMANDANTE BROWN
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-¡Basil -dijo Lord Beaumont con solemnidad-, tengo aquí a Wimpole!<br />
-¿Y quién es Wimpole?<br />
-¡Basil! -exclamó el otro-. ¿Viene usted <strong>de</strong> fuera? ¿Viene usted <strong>de</strong> las antípodas? ¿Viene<br />
usted <strong>de</strong> la Luna? ¿Que quién es Wimpole? ¿Quién era Shakespeare?<br />
-En cuanto a quién era Shakespeare -contestó mi amigo sosegadamente-, lo único que sé<br />
es que no creo que fuera Bacon. Más fácil sería que fuera la reina María <strong>de</strong> Escocia. Pero<br />
por lo que a Wimpole respecta...<br />
Sus palabras fueron ahogadas por una nueva exp<strong>los</strong>ión <strong>de</strong> risas que llegaban <strong>de</strong>l interior.<br />
-¡Wimpole! -exclamó Lord Beaumont en una especie <strong>de</strong> éxtasis-. ¿No ha oído usted<br />
hablar <strong>de</strong>l gran genio mo<strong>de</strong>rno? Mi querido amigo, este hombre ha convertido la<br />
conversación, no diré que en un arte, porque eso ya lo era, pero sí en un arte grandioso,<br />
como la estatuaria <strong>de</strong> Miguel Ángel, en un arte magistral. Sus súplicas, mi buen amigo, le<br />
<strong>de</strong>jan a uno alelado. Son <strong>de</strong>finitivas, son...<br />
Una vez más llegaron <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el salón las estrepitosas carcajadas, y casi al mismo tiempo<br />
salió al vestíbulo en que nos encontrábamos, un anciano voluminoso, ja<strong>de</strong>ante,<br />
apoplético.<br />
-¡Hola, querido amigo! -dijo Lord Beaumont con amabilidad.<br />
-Le digo a usted, Beaumont, que no puedo tolerarlo -exclamó el anciano-. No puedo<br />
consentir que se burle <strong>de</strong> mí un aventurero literario como ése, <strong>de</strong> tres cuartos. No puedo<br />
tolerar que se me ponga en ridículo. No puedo...<br />
-Vamos, vamos -dijo Beaumont en tono conciliador-. Permítame que le presente. Este<br />
señor es la justicia en persona, es <strong>de</strong>cir, el señor Grant. Basil, estoy seguro <strong>de</strong> que habrá<br />
oído hablar <strong>de</strong> sir Walter Cholmon<strong>de</strong>liegh.<br />
-¿Cómo no? -dijo Grant, inclinándose ante el digno aristócrata, a la vez que le<br />
contemplaba con cierta curiosidad.<br />
<strong>El</strong> hombre estaba acalorado y entorpecido por su ira momentánea, pero incluso así no<br />
perdían dignidad <strong>los</strong> nobles aunque opulentos perfiles <strong>de</strong> su rostro y <strong>de</strong> su cuerpo, su<br />
hermosa cabellera blanca, su aguileña nariz, su esbelto aunque robusto tronco, su barbilla<br />
aristocrática. Era un caballero <strong>de</strong> una corrección exquisita, hasta el punto <strong>de</strong> que podía<br />
ce<strong>de</strong>r a un acceso <strong>de</strong> cólera sin per<strong>de</strong>r en absoluto su gravedad, hasta el punto <strong>de</strong> que<br />
incluso sus traspiés eran correctos.<br />
-Me duele muchísimo, Beaumont, faltar al respeto a estos señores -dijo con tono huraño-,<br />
y me duele más que ocurra en su casa. Pero no tiene nada que ver con usted ni con <strong>los</strong><br />
<strong>de</strong>más, sino con ese mequetrefe...<br />
En aquel momento salió <strong>de</strong> las habitaciones interiores un joven <strong>de</strong> bigote rojizo y aire<br />
sombrío. Tampoco él parecía disfrutar mucho con el banquete intelectual que se<br />
celebraba en el interior.<br />
-Supongo que se acordará usted <strong>de</strong> mi amigo y secretario, el señor Drummond -dijo Lord<br />
Beaumont, volviéndose hacia Grant-, aunque lo habrá conocido cuando era sólo un<br />
colegial.<br />
-Ya lo creo -dijo Basil.<br />
Drummond le estrechó la mano con satisfacción y respeto, pero sin que su ceño se<br />
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