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El club de los negocios raros - Chesterton

LAS EXTRAORDINARIAS AVENTURAS DEL COMANDANTE BROWN

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De repente obtuvimos la respuesta. La puerta se abrió <strong>de</strong> par en par y la estancia se<br />

estremeció bajo un vitoreo unánime, en medio <strong>de</strong>l cual se a<strong>de</strong>lantó Basil Grant, risueño y<br />

vestido <strong>de</strong> etiqueta, y tomó asiento a la cabecera <strong>de</strong> la mesa.<br />

¡No sé cómo pudimos cenar aquella noche en tal estado <strong>de</strong> nervios! En la vida corriente<br />

soy una persona particularmente inclinada a saborear <strong>los</strong> prolongados goces <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

banquetes <strong>de</strong> <strong>club</strong>. Pero en esta ocasión parecía que nunca acabarían <strong>de</strong> servir <strong>los</strong> platos.<br />

Los boquerones <strong>de</strong> <strong>los</strong> entremeses me parecían tan gran<strong>de</strong>s como arenques; la sopa se me<br />

aparecía como un océano; las alondras eran como patos, y <strong>los</strong> patos como avestruces. <strong>El</strong><br />

queso fue ya <strong>de</strong> locura. Yo había oído con frecuencia que la Luna era un queso redondo,<br />

pero aquella noche pensé que el queso era la Luna. Y a todo esto Basil Grant no cesaba<br />

un momento <strong>de</strong> reírse mientras comía y bebía, y nunca nos lanzaba una mirada para<br />

<strong>de</strong>cirnos por qué estaba allí, por qué era el rey <strong>de</strong> aquel<strong>los</strong> rematados lunáticos.<br />

Al fin llegó el momento en que sin duda teníamos que ser iluminados al respecto, el<br />

momento <strong>de</strong> <strong>los</strong> discursos y <strong>de</strong> <strong>los</strong> brindis. Basil Grant se puso en pie en medio <strong>de</strong> un<br />

estruendo <strong>de</strong> gritos y aclamaciones.<br />

-Señores -comenzó-, es costumbre en esta sociedad que el presi<strong>de</strong>nte elegido por el año<br />

abra las sesiones, no con un brindis <strong>de</strong> carácter general o sentimental, sino invitando a<br />

cada miembro a exponer brevemente la naturaleza <strong>de</strong> su profesión. Después beberemos a<br />

su salud y a la <strong>de</strong> todos <strong>los</strong> que le sigan. Como miembro más antiguo tengo el <strong>de</strong>ber <strong>de</strong><br />

comenzar por exponer las razones que me asisten para pertenecer a este Club. Hace<br />

muchos años, señores, yo era juez. En función <strong>de</strong> tal me esforzaba en lo posible por hacer<br />

justicia y por administrar la ley, pero poco a poco me fui dando cuenta <strong>de</strong> que en mi<br />

labor, tal como ésta se <strong>de</strong>sarrollaba, no me acercaba ni remotamente a la Justicia. Me<br />

hallaba instalado en el solio <strong>de</strong> <strong>los</strong> po<strong>de</strong>rosos, vestía la toga <strong>de</strong> escarlata y armiño, pero, a<br />

pesar <strong>de</strong> todo, mi función era inútil y mezquina. Tenía que regirme por un mezquino<br />

reglamento, exactamente igual que otro funcionario cualquiera, y el oro y la grana <strong>de</strong> mi<br />

toga no valían más que <strong>los</strong> galones <strong>de</strong> un portero. Diariamente se me presentaban<br />

problemas difíciles y apasionados en <strong>los</strong> que tenía que <strong>de</strong>cidir necios encarcelamientos o<br />

necias in<strong>de</strong>mnizaciones, cuando el sentido común me <strong>de</strong>cía que habrían recibido una<br />

solución muchísimo mejor con un beso o una paliza, con unas cuantas palabras <strong>de</strong><br />

explicación o un duelo, o bien por una excursión a las montañas <strong>de</strong>l Oeste. A medida que<br />

fui dándome cuenta <strong>de</strong> esto, me pesaba cada vez más el sentimiento <strong>de</strong> la inutilidad <strong>de</strong> mi<br />

profesión. Cada palabra que se <strong>de</strong>cía en el juicio, un simple murmullo o un juramento, se<br />

me aparecía más relacionado con la vida que las palabras que tenía que pronunciar. Al fin<br />

llegó un día en que renegué públicamente <strong>de</strong> toda esta patraña me retiré <strong>de</strong> la vida pública<br />

consi<strong>de</strong>rado por todos como un loco.<br />

Algo se advertía en el ambiente que me revelaba que no éramos Rupert y yo <strong>los</strong> únicos<br />

que escuchábamos con intensa atención las palabras <strong>de</strong> Basil Grant.<br />

-Sin embargo, <strong>de</strong>scubrí que podía ser <strong>de</strong> verda<strong>de</strong>ra utilidad. Me ofrecí particularmente<br />

como un juez, <strong>de</strong> índole, para resolver diferencias estrictamente morales. Antes <strong>de</strong> que<br />

pasara mucho tiempo estos Tribunales <strong>de</strong> honor, <strong>de</strong> carácter extraoficial (celebrados en el<br />

más riguroso secreto), se difundieron por toda la sociedad. Y me <strong>de</strong>diqué entonces a<br />

juzgar a la gente, no por las bagatelas vulgares <strong>de</strong> las que nadie se preocupa, tales como<br />

la comisión <strong>de</strong> un asesinato o el tener un perro sin licencia, no: mis <strong>de</strong>lincuentes eran<br />

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