El club de los negocios raros - Chesterton
LAS EXTRAORDINARIAS AVENTURAS DEL COMANDANTE BROWN
LAS EXTRAORDINARIAS AVENTURAS DEL COMANDANTE BROWN
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señorita Brett es una mujer gruesa y bajita, con el pelo blanco. Aparte <strong>de</strong> ella, la única <strong>de</strong><br />
las mujeres presentes que llamó mi atención fue la señorita Mowbray, una mujer<br />
pequeñita y <strong>de</strong>licada, <strong>de</strong> modales aristocráticos, con el pelo <strong>de</strong> plata, la voz bien timbrada<br />
y subidos colores. Era el miembro más llamativo <strong>de</strong> la reunión y las opiniones que<br />
expresó acerca <strong>de</strong> la cuestión <strong>de</strong> <strong>los</strong> a<strong>de</strong>lantos, aun cuando lo hiciera con la natural<br />
<strong>de</strong>ferencia a mi persona, no <strong>de</strong>jaban <strong>de</strong> ser enérgicas y audaces. A su lado (aunque las<br />
cinco mujeres vestían simplemente <strong>de</strong> negro), no podía negarse que las otras parecían<br />
hasta cierto punto, lo que uste<strong>de</strong>s, <strong>los</strong> hombres <strong>de</strong> mundo, llamarían zafias. Después <strong>de</strong><br />
diez minutos <strong>de</strong> conversación, me levanté para marcharme, pero al hacerlo oí algo que...<br />
no puedo <strong>de</strong>scribirlo... algo que parecía... nada, que no sé cómo <strong>de</strong>cirlo...<br />
-¿Qué oyó usted? -pregunté con cierta impaciencia.<br />
-Oí -dijo el vicario solemnemente-, oí que la señorita Mowbray (la mujer <strong>de</strong>l pelo <strong>de</strong><br />
plata), le <strong>de</strong>cía a la señorita James (la <strong>de</strong> la toquilla <strong>de</strong> lana), las siguientes extraordinarias<br />
palabras... Al oírlas procuré retenerlas en la memoria, y en cuanto me fue posible hacerlo<br />
las anoté en un trozo <strong>de</strong> papel. Creo que lo tengo aquí.<br />
<strong>El</strong> vicario se rebuscó en el bolsillo y puso <strong>de</strong> manifiesto una serie <strong>de</strong> pequeñas cosas:<br />
cua<strong>de</strong>rnos <strong>de</strong> apuntes, prospectos <strong>de</strong> conciertos pueblerinos...<br />
-Oí que la señorita Mowbray le <strong>de</strong>cía a la señorita James las siguientes palabras: «¡Ahora<br />
es la tuya, Bill».<br />
Después <strong>de</strong> hacer esta <strong>de</strong>claración, el vicario se me quedó mirando unos momentos con<br />
seriedad y <strong>de</strong>cisión, como si estuviera seguro <strong>de</strong> que en lo referente a este punto no le<br />
cabía la menor duda. Luego, acercando más su calva al fuego, prosiguió:<br />
-Esto me llamó la atención. No acababa <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>rlo. Lo que más me chocaba, es<br />
que una solterona llamara «Bill» a otra. Como ya he dicho anteriormente, mi experiencia<br />
podrá ser incompleta, es posible que las solteronas tengan en su intimidad costumbres<br />
más libres <strong>de</strong> lo que yo me imagino, pero aquello era por <strong>de</strong>más extraño, y podría jurar<br />
(si no toma usted la frase en mal sentido) que aquellas palabras: «¡Ahora es la tuya,<br />
Bill!», no fueron pronunciadas en modo alguno con la aristocrática entonación que había<br />
caracterizado hasta entonces la conversación <strong>de</strong> la señorita Mowbray. En realidad, las<br />
palabras: «¡Ahora es la tuya, Bill!», habrían resultado impropias proferidas con esa<br />
aristocrática entonación.<br />
<strong>El</strong> viejo vicario continuó:<br />
-Repito que la frase aquella me <strong>de</strong>jó muy sorprendido, pero más sorprendido aún me<br />
quedé cuando al mirar <strong>de</strong>sconcertado a mi alre<strong>de</strong>dor, con el sombrero y el paraguas en la<br />
mano, observé que la flaca señora <strong>de</strong> la toquilla se había atravesado en la puerta por<br />
don<strong>de</strong> yo tenía que salir. La mujer seguía haciendo calceta, y supuse que su postura en<br />
aquel sitio no sería más que una excentricidad <strong>de</strong> solterona y un olvido <strong>de</strong> mi inminente<br />
partida. Con gran <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za exclamé:<br />
» -Siento molestarla, señorita James, pero no tengo más remedio que marcharme.<br />
Tengo... que...<br />
» Aquí me interrumpí, porque las palabras con que ella me contestó, aunque<br />
singularmente concisas y proferidas en un tono en extremo cortés, eran <strong>de</strong> tal naturaleza<br />
que hacían, creo yo, natural y excusable mi interrupción. También he anotado estas<br />
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