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El club de los negocios raros - Chesterton

LAS EXTRAORDINARIAS AVENTURAS DEL COMANDANTE BROWN

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hallarían influidos por el tenebroso y tétrico colorido, por así <strong>de</strong>cir, <strong>de</strong> la extraña<br />

excursión que hicimos aquella misma tar<strong>de</strong>. Ya empezaba a anochecer cuando salimos<br />

andando <strong>de</strong> Purley con dirección al Sur. Los suburbios y las casas <strong>de</strong> <strong>los</strong> límites <strong>de</strong><br />

Londres serán a veces perfectamente vulgares y hasta confortables, pero cuando por rara<br />

casualidad están verda<strong>de</strong>ramente <strong>de</strong>siertos, resultan más <strong>de</strong>solados e inhóspitos para el<br />

espíritu humano que <strong>los</strong> páramos <strong>de</strong> Yorkshire o las montañas <strong>de</strong> las sierras, porque la<br />

brusquedad con que el viajero se hun<strong>de</strong> en su silencio, tiene algo <strong>de</strong> en<strong>de</strong>moniado y<br />

sobrenatural. Parece tropezarse entonces con uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> míseros suburbios <strong>de</strong>l cosmos,<br />

olvidados <strong>de</strong> Dios. Un paraje semejante era Buxton Common, en <strong>los</strong> alre<strong>de</strong>dores <strong>de</strong><br />

Purley.<br />

Sin duda, el panorama presentaba <strong>de</strong> por sí una gris esterilidad, pero ésta resultaba<br />

prodigiosamente acrecentada por la gris esterilidad que nosotros atribuíamos a nuestra<br />

expedición. Las franjas <strong>de</strong> pardusca hierba parecían estériles, y estériles parecían <strong>los</strong><br />

<strong>raros</strong> árboles que el viento azotaba; pero más estériles éramos nosotros, seres humanos.<br />

Éramos unos <strong>de</strong>mentes en consonancia con el lunático paisaje, puesto que íbamos en<br />

busca <strong>de</strong> lo imposible. Éramos tres hombres atolondrados que, acaudillados por un loco,<br />

íbamos a buscar a un hombre que no estaba allí, en una casa que no existía. Un lívido<br />

ocaso parecía contemplarnos con una sonrisa enfermiza antes <strong>de</strong> extinguirse en el<br />

horizonte.<br />

Basil caminaba <strong>de</strong>lante con el cuello <strong>de</strong>l abrigo subido, y su silueta semejaba en la<br />

penumbra un Napoleón grotesco. Atravesamos uno y otro cerro <strong>de</strong>l aireado arrabal bajo<br />

una oscuridad creciente y en un silencio absoluto. De pronto Basil se <strong>de</strong>tuvo y se volvió<br />

hacia nosotros con las manos en <strong>los</strong> bolsil<strong>los</strong>. A través <strong>de</strong> la oscuridad pu<strong>de</strong> advertir en su<br />

rostro un amplio gesto <strong>de</strong> satisfacción.<br />

-¡Bueno! -exclamó sacando <strong>de</strong> <strong>los</strong> bolsil<strong>los</strong> las enguantadas manos y dando una palmada-<br />

. Por fin hemos llegado.<br />

<strong>El</strong> viento gemía tristemente por encima <strong>de</strong> la inhospitalaria maleza. Dos olmos <strong>de</strong>solados<br />

se elevaban hacia el cielo sobre nosotros como nubes informes <strong>de</strong> color gris. En todo el<br />

lúgubre círculo <strong>de</strong>l horizonte no se divisaba ningún vestigio <strong>de</strong> hombres o animales, y en<br />

medio <strong>de</strong> aquella <strong>de</strong>solación, Basil Grant se hallaba parado frotándose las manos junto a<br />

<strong>los</strong> olmos.<br />

-¡Cómo gusta volver a la civilización! -exclamó-. Eso <strong>de</strong> que la civilización no tiene nada<br />

<strong>de</strong> poético es una falacia <strong>de</strong>l hombre civilizado. No tiene uno más que esperar verse<br />

realmente perdido en plena Naturaleza entre <strong>los</strong> bosques en<strong>de</strong>moniados y las crueles<br />

flores. Entonces es cuando uno se da cuenta <strong>de</strong> que no hay ninguna estrella como la<br />

estrella roja que encien<strong>de</strong> el hombre en su hogar, ni río ninguno como el rojo río <strong>de</strong>l<br />

hombre, ese buen vino rojo que usted, señor Rupert Grant, si no le conozco mal, estará<br />

<strong>de</strong>gustando <strong>de</strong> aquí a dos o tres minutos en prodigiosas cantida<strong>de</strong>s.<br />

Rupert y yo cruzamos miradas <strong>de</strong> espanto. Mientras tanto, Basil prosiguió cordialmente<br />

mientras el viento azotaba <strong>los</strong> tétricos árboles:<br />

-Ya veréis cómo nuestro huésped es un hombre mucho más sencillo en su propia casa.<br />

Yo lo vi al visitarle cuando vivía en la cabaña <strong>de</strong> Yarmouth, y <strong>de</strong>spués en el <strong>de</strong>sván <strong>de</strong> un<br />

almacén <strong>de</strong> la ciudad. Podréis creer que es una bellísima persona. Pero la mayor <strong>de</strong> sus<br />

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