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El club de los negocios raros - Chesterton

LAS EXTRAORDINARIAS AVENTURAS DEL COMANDANTE BROWN

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Yo estuve esperando al menos cinco minutos recostado contra un farol <strong>de</strong> la calle<br />

solitaria. Después observé que el lechero subía la escalinata balanceándose y sin la vasija,<br />

y echaba a correr calle abajo. Transcurrieron dos o tres minutos más, al cabo <strong>de</strong> <strong>los</strong> cuales<br />

subió también Rupert, a saltos, con el semblante pálido a la vez que risueño,<br />

contradicción no <strong>de</strong>sacostumbrada en él cuando estaba excitado.<br />

-Amigo mío -dijo frotándose las manos-, se ha lucido usted con su escepticismo, se ha<br />

lucido usted con su filistea ignorancia <strong>de</strong> las posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> una ciudad romántica. Su<br />

prosaico buen natural tendrá que manifestarse ahora, mi buen amigo, regalándome dos<br />

chelines y medio.<br />

-¿Cómo? -dije yo incrédulamente-. ¿Quiere usted <strong>de</strong>cir que ha <strong>de</strong>scubierto algo extraño<br />

acerca <strong>de</strong>l pobre lechero?<br />

Rupert se quedó <strong>de</strong>sconcertado.<br />

-¡Oh, el lechero! -exclamó fingiendo no dar importancia a mis palabras-. No...<br />

Precisamente sobre el lechero... no he <strong>de</strong>scubierto nada... pero...<br />

-¿Qué es lo que ha hecho y dicho el lechero? -dije yo con inexorable rigor?<br />

-Hombre, a <strong>de</strong>cir verdad -dijo Rupert apoyándose tan pronto en un pie como en otro- el<br />

lechero parece que se ha limitado a <strong>de</strong>cir: «La leche, señorita», y ha tendido la jarra. Eso<br />

no quiere <strong>de</strong>cir, por supuesto, que no haya hecho alguna seña secreta o algún...<br />

Yo solté una violenta carcajada<br />

-¡Idiota! -exclamé-. ¿Por qué no confiesa usted su error y acabamos <strong>de</strong> una vez? ¿Por qué<br />

había <strong>de</strong> hacer ese hombre una seña secreta? Usted ha visto que no ha hecho ni dicho<br />

nada digno <strong>de</strong> mención. ¿No es verdad?<br />

Rupert se puso serio.<br />

-Bueno, puesto que insiste usted, <strong>de</strong>bo reconocerlo. Es posible que el lechero no se haya<br />

traicionado. Hasta es posible que yo me haya equivocado acerca <strong>de</strong> él.<br />

-Entonces acabe <strong>de</strong> una vez -dije yo con fingida cólera- y confiese que me <strong>de</strong>be usted<br />

media corona.<br />

-En cuanto a eso, discrepo <strong>de</strong> su parecer -dijo Rupert fríamente-. Es posible que las<br />

palabras <strong>de</strong>l lechero hayan sido absolutamente inocentes, y hasta es posible que él mismo<br />

lo sea, pero a pesar <strong>de</strong> todo no le <strong>de</strong>bo a usted media corona, porque la apuesta consistía,<br />

si mal no recuerdo, en que yo tendría que <strong>de</strong>scubrir algo interesante don<strong>de</strong> se <strong>de</strong>tuviera<br />

ese lechero.<br />

-¿Y qué? -dije yo.<br />

-Pues que lo he <strong>de</strong>scubierto -contestó-. Venga usted conmigo.<br />

Y antes <strong>de</strong> que pudiera replicarle, se volvió y se sumió en la penumbra azul hasta<br />

acercarse al sótano <strong>de</strong> la casa. Yo le seguí sin esperar a tomar ninguna <strong>de</strong>cisión.<br />

Cuando nos encontramos abajo, me di perfecta cuenta <strong>de</strong> la tontería que habíamos hecho.<br />

Allí no había nada más que una puerta cerrada, varias ventanas con <strong>los</strong> postigos echados,<br />

<strong>los</strong> escalones por don<strong>de</strong> habíamos bajado, la ridícula cavidad en que nos hallábamos, y el<br />

hombre ridículo que me había llevado allí y que estaba <strong>de</strong> pie a mi lado con <strong>los</strong> ojos<br />

alborotados.<br />

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