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El club de los negocios raros - Chesterton

LAS EXTRAORDINARIAS AVENTURAS DEL COMANDANTE BROWN

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Aunque rayaba en <strong>los</strong> sesenta, Basil tenía momentos <strong>de</strong> turbulenta puerilidad, momentos<br />

que por una u otra razón parecían sorpren<strong>de</strong>rle, sobre todo, en casa <strong>de</strong> su estudioso y casi<br />

oscuro amigo. Recuerdo vivamente (pues yo conocía a <strong>los</strong> dos y muchas veces cenaba<br />

con el<strong>los</strong>) la noche en que le sobrevino al profesor la más extraña <strong>de</strong> las calamida<strong>de</strong>s. <strong>El</strong><br />

profesor Chadd era, como la mayoría <strong>de</strong> <strong>los</strong> hombre <strong>de</strong> su naturaleza (esto es, <strong>los</strong> que<br />

pertenecen a la vez a la clase académica y a la clase media), un radical <strong>de</strong> tipo solemne y<br />

anticuado. Grant era también radical, pero era <strong>de</strong> esos radicales más característicos y no<br />

poco comunes que se pasan la vida combatiendo al partido radical. <strong>El</strong> profesor Chadd<br />

acababa precisamente <strong>de</strong> publicar en una revista un artículo titulado: «Los intereses <strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> zulúes y la nueva frontera <strong>de</strong> Makango», en el cual, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> hacer un riguroso<br />

estudio científico <strong>de</strong> las costumbres <strong>de</strong>l pueblo <strong>de</strong> T'Chaka, protestaba <strong>de</strong> forma<br />

vehemente contra <strong>de</strong>terminadas injerencias <strong>de</strong> <strong>los</strong> ingleses y <strong>los</strong> alemanes en dichas<br />

costumbres. <strong>El</strong> profesor estaba sentado con la revista <strong>de</strong>lante, las lentes centelleantes bajo<br />

la luz y una arruga en la frente, no <strong>de</strong> cólera, sino <strong>de</strong> perplejidad, en tanto que Basil Grant<br />

se paseaba <strong>de</strong> un lado a otro haciendo estremecer la estancia con su voz, jovialidad y su<br />

sólido paso.<br />

-Lo que inspira mis objeciones no son sus opiniones, mi estimado Chadd -<strong>de</strong>cía-, sino<br />

usted. Usted hace muy bien en <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r a <strong>los</strong> zulúes, pero, a pesar <strong>de</strong> todo, no simpatiza<br />

con el<strong>los</strong>. No cabe duda <strong>de</strong> que usted conoce la manera que tienen <strong>los</strong> zulúes <strong>de</strong> guisar <strong>los</strong><br />

tomates y la oración que rezan antes <strong>de</strong> abrirle la cabeza a uno; pero, a pesar <strong>de</strong> todo, no<br />

<strong>los</strong> compren<strong>de</strong> tan bien como yo, que no distingo un cocodrilo <strong>de</strong> un caimán. Usted está<br />

más instruido, Chadd, pero yo soy más zulú. ¿Por qué será que <strong>los</strong> pintorescos salvajes <strong>de</strong><br />

la tierra son <strong>de</strong>fendidos siempre por gentes que constituyen su antítesis? ¿Por qué? Usted<br />

es un hombre sagaz, usted es un hombre benévolo, usted es un hombre enterado; pero,<br />

amigo Chadd, no es usted un salvaje. No viva usted más tiempo bajo esa ilusión. Mírese<br />

al espejo. Pregunte a sus hermanas. Consulte al bibliotecario <strong>de</strong>l British Museum.<br />

Contemple este paraguas -y Basil alzó en el aire el triste aunque respetable objeto-.<br />

Contémplelo. Durante diez mortales años le he visto yo con este objeto bajo el brazo y no<br />

me cabe la menor duda <strong>de</strong> que ya lo llevaba usted a la edad <strong>de</strong> ocho meses. Sin embargo,<br />

nunca se le ha ocurrido lanzar un alarido salvaje y dispararlo como una jabalina... así... Y<br />

Basil arrojó por el aire el paraguas, que pasó rozando la calva <strong>de</strong>l profesor y cayó con<br />

estrépito sobre un montón <strong>de</strong> libros, haciendo tambalearse un jarrón. <strong>El</strong> profesor Chadd<br />

no dio muestras <strong>de</strong> la menor emoción y continuó con la cara vuelta hacia la luz y con la<br />

frente arrugada.<br />

-Sus procesos mentales -contestó- van siempre un poco <strong>de</strong>prisa y son formulados sin<br />

método. No existe ninguna inconsecuencia -y sería imposible <strong>de</strong>scribir el tiempo que<br />

tardó en terminar la palabra- entre reconocer el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> <strong>los</strong> aborígenes a mantenerse<br />

en la fase actual <strong>de</strong> su <strong>de</strong>sarrollo evolutivo, en tanto que así lo consi<strong>de</strong>ren necesario y<br />

oportuno; no existe, repito, inconsecuencia alguna entre la concesión que acabo <strong>de</strong><br />

formular y el criterio <strong>de</strong> que la fase evolutiva en cuestión pue<strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rarse, en la<br />

medida en que nos es posible establecer una escala <strong>de</strong> valores en la diversidad <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

procesos cósmicos, como una fase evolutiva en cierto modo inferior.<br />

Mientras hablaba, no se habían movido nada más que sus labios, y sus anteojos seguían<br />

resplan<strong>de</strong>ciendo como dos pálidas lunas.<br />

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