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El club de los negocios raros - Chesterton

LAS EXTRAORDINARIAS AVENTURAS DEL COMANDANTE BROWN

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creído posible. No bien hubo hecho esto, la voz salió por el orificio como un grito<br />

penetrante, expresando el mismo anhelo <strong>de</strong> libertad.<br />

-¿No pue<strong>de</strong> usted salir, señora? -dije yo acercándome al agujero, algo turbado.<br />

-¿Salir? Claro que no -gimió amargamente la mujer <strong>de</strong>sconocida-. No me <strong>de</strong>jan. Les he<br />

dicho que quería irme. Les he dicho que iba a avisar a la policía. Pero como si nada.<br />

Nadie se entera, nadie viene aquí. Podrían tenerme encerrada todo el tiempo que<br />

quisieran sin...<br />

Estaba terminando <strong>de</strong> fracturar la ventana con mi bastón, sin ánimo <strong>de</strong> sufrir más aquel<br />

siniestro misterio, cuando Rupert me agarró fuertemente el brazo con una extraña y<br />

disimulada rigi<strong>de</strong>z, como si quisiera <strong>de</strong>tenerme sin que alguien le viera hacerlo. Yo cesé<br />

un instante en mi empeño, me volví ligeramente y me puse a mirar el muro que sostenía<br />

la escalinata <strong>de</strong> la entrada. Me quedé paralizado con la misma rigi<strong>de</strong>z que Rupert, pues a<br />

través <strong>de</strong> las columnas <strong>de</strong>l pórtico una figura tan inmóvil como ellas, pero<br />

indiscutiblemente humana, asomaba la cabeza y miraba con fijeza hacia el sótano. Detrás<br />

<strong>de</strong> su cabeza se encontraba precisamente uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> faroles <strong>de</strong> la calle, que la sumía así<br />

en una profunda oscuridad. Por consiguiente, no podía divisarse ningún <strong>de</strong>talle <strong>de</strong>l rostro,<br />

a excepción <strong>de</strong>l hecho indiscutible <strong>de</strong> que sus ojos nos estaban mirando. Debo confesar<br />

que en aquel<strong>los</strong> momentos encontré a Rupert <strong>de</strong> una sangre fría extraordinaria. Con aire<br />

<strong>de</strong>spreocupado llamó al timbre <strong>de</strong>l piso bajo al tiempo que reanudaba conmigo una<br />

conversación que nunca habíamos empezado. La vigilante silueta <strong>de</strong>l pórtico no se<br />

estremeció: se diría que era una verda<strong>de</strong>ra estatua. A <strong>los</strong> pocos instantes la penumbra gris<br />

<strong>de</strong>l foco quedó diluida por un dorado resplandor <strong>de</strong> gas, pues la puerta <strong>de</strong>l piso bajo se<br />

abrió <strong>de</strong> golpe y apareció en ella una pulcra doncellita.<br />

-Usted perdone -dijo Rupert fingiendo una voz afable a la vez que plebeya-, pero hemos<br />

creído que podrían hacer algo por <strong>los</strong> menesterosos. No esperamos...<br />

-Aquí no -dijo la doncellita con la incomparable severidad <strong>de</strong> la servidumbre <strong>de</strong> <strong>los</strong> ricos,<br />

que les hace comportarse <strong>de</strong> manera poco filantrópica, y nos dio con la puerta en las<br />

narices.<br />

-Es triste, es triste la indiferencia <strong>de</strong> estas gentes -dijo el filántropo con seriedad mientras<br />

subíamos juntos la escalinata.<br />

En aquel momento la inmóvil figura <strong>de</strong>l pórtico <strong>de</strong>sapareció <strong>de</strong> repente.<br />

-Diga, ¿qué le parece a usted? -preguntó Rupert golpeando <strong>los</strong> guantes cuando estuvimos<br />

en la calzada.<br />

No tengo inconveniente en reconocer que yo me encontraba seriamente aturdido. En tal<br />

situación no se me ocurrió nada más que una i<strong>de</strong>a.<br />

-¿No cree usted -dije con alguna timi<strong>de</strong>z- que sería mejor <strong>de</strong>círselo a su hermano?<br />

-Hombre, si le parece a usted -dijo Rupert dándose importancia-. Está cerca <strong>de</strong> aquí,<br />

porque le había prometido ir a buscarle a la estación <strong>de</strong> Gloucester. ¿Cogemos un coche?<br />

Pue<strong>de</strong> que esto le divierta, como usted dice.<br />

La estación <strong>de</strong> Gloucester presentaba, como por azar, un aspecto <strong>de</strong> soledad notable.<br />

Después <strong>de</strong> buscar un poco <strong>de</strong>scubrimos a Basil Grant con su enorme cabeza y su<br />

voluminoso sombrero blanco obstruyendo la taquilla <strong>de</strong> <strong>los</strong> billetes. Supuse que estaría<br />

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